Cuando lo Femenino Estorba

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Algo inquietante está ocurriendo, y muchas mujeres parecen no darse cuenta. Entre desfiles coloridos y discursos de derechos, avanza una narrativa que no busca la equidad, sino la sustitución. En nombre de una inclusión cada vez más invasiva, lo femenino se diluye, se desprecia, se reemplaza. No se trata de convivencias pacíficas ni de luchas por igualdad, sino de una colonización simbólica y política que pone en entredicho incluso el derecho de las mujeres a ser reconocidas como tales.

Lo vemos en varios frentes. Hombres que asumen una identidad femenina quieren competir en disciplinas deportivas reservadas a mujeres, alegando una “autopercepción”. Se multiplican las iniciativas que buscan borrar la palabra “madre” para no ofender sensibilidades ajenas. En el campo artístico y religioso, como ocurrió en Lima con la obra “María Maricón”, se ofende abiertamente lo femenino sagrado —la Virgen María— en nombre de una provocación disfrazada de arte, incluso con el apoyo de figuras eclesiásticas como el obispo Castillo.

El Festival Eurovisión de 2024 en Francia dejó aún más claro el cambio de paradigma: ya no se celebra lo femenino, sino su suplantación. Lo femenino fue caricaturizado y vaciado de contenido, reemplazado por una espectacularización grotesca que busca sustituir la identidad de las mujeres en nombre de lo performativo. Fue tal la controversia pública que los organizadores debieron pedir disculpas.

Lo mismo ocurrió en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024, donde una drag queen fue colocada en el centro del espectáculo como símbolo de apertura y diversidad. Lejos de representar una inclusión auténtica, muchos interpretaron esa elección como una burla simbólica hacia las mujeres reales: su imagen y su rol fueron reemplazados por una representación exagerada y teatralizada de lo femenino. En lugar de honrar a las atletas, madres, entrenadoras y voluntarias que sostienen con su trabajo los valores del deporte, se optó por un gesto de impacto visual que refuerza una ideología que margina a las mujeres en nombre del espectáculo.

He participado durante más de una década en espacios de debate político y social, donde la voz de las mujeres debía ser protagonista. Coordiné el Foro de la Mujer en la Asamblea EuroLat del Parlamento Europeo, y desde allí vi cómo, poco a poco, lo que había nacido como un espacio para visibilizar los desafíos reales de las mujeres fue siendo desplazado, modificado, reformulado. Lo que era un foro de mujeres pasó a ser, casi sin que nadie lo notara, un espacio compartido con otras demandas, muchas veces legítimas, pero no siempre coherentes con la centralidad de lo femenino.

Hoy, muchas jóvenes feministas —al menos las que he encontrado en este recorrido— defienden con vehemencia causas que no siempre conocen desde la experiencia. La maternidad, el trabajo invisibilizado del cuidado, la soledad de las madres que enfrentan familias monoparentales… todo eso queda en segundo plano frente a consignas que exaltan la sexualidad como eje identitario.

Me preocupa una tendencia creciente: la de invisibilizar a la mujer real, la que da a luz, la que nutre, la que sostiene. En nombre de una inclusión mal entendida, se pretende borrar la diferencia que da origen a la vida misma. No niego que existan otras formas de vivir la identidad o la afectividad. Pero me parece urgente volver a colocar en el centro a la mujer, no como construcción teórica, sino como experiencia encarnada.

Lo viví de manera directa cuando se intentó cambiar el nombre del Foro que yo misma propuse y coordiné. Se quiso suplantar la palabra «mujer» por conceptos más amplios, más ambiguos, que diluyen su especificidad. ¿Qué hay detrás de este afán de disolver lo femenino? ¿Por qué tantas jóvenes —muchas sin hijos, sin experiencia familiar propia— se sienten llamadas a defender otras causas antes que la suya?

No tengo respuestas cerradas, pero tengo preguntas que merecen ser formuladas. ¿Quién habla hoy por las mujeres? ¿Quién defiende la maternidad, la conciliación, la vejez femenina, la pobreza con rostro de mujer?

La marcha del orgullo LGBTQ+ en Hungría, y tantas otras en el mundo, exhiben con fuerza identidades diversas. ¿Pero por qué tantas de esas expresiones toman forma caricaturesca de lo femenino? ¿Por qué algunos hombres que se identifican como mujeres deben representarse como una parodia exagerada de lo que somos? Sin estar de acuerdo con la rigidez de Orban, resulta casi injurioso intervenir políticamente en una marcha interna, como lo ha hecho la izquierda italiana, que busca en estas identidades un nuevo fulcro electoral tras haber perdido legitimidad en la gestión de los problemas reales. Se están buscando votos en nuevas ideologías que operan sobre cuestiones falsamente identitarias, a menudo despegadas de los problemas urgentes y materiales que viven las mujeres.

Hemos visto impasibles, sin ninguna alzada de voz, situaciones ofensivas hacia las mujeres hasta la llegada de Trump II. Los debates sobre «transgender women» en deportes parecían relegados. Pero su orden ejecutiva de febrero de 2025 (Executive Order 14201) fue explícita: impide que hombres registrados legalmente como mujeres participen en deportes femeninos, bajo la lógica de proteger la categoría femenina.

El texto del Executive Order 14201 establece, entre otras medidas, la defensa integral del Título IX, la convocatoria a atletas mujeres lesionadas o desplazadas por deportistas masculinos, y la exigencia de reformas en organismos internacionales como el Comité Olímpico Internacional. Además, ordena revisar políticas migratorias para impedir que varones se presenten como mujeres para competir en eventos deportivos. La Casa Blanca declaró: “Women’s sports were created to give female athletes a level playing field – allowing biological men to compete undermines the fairness and opportunities for women to succeed in their own leagues.”  “El deporte femenino se creó para brindar a las atletas femeninas igualdad de condiciones; permitir que los hombres biológicos compitan socava la equidad y las oportunidades para que las mujeres triunfen en sus propias ligas.”

El Comité Olímpico Internacional —en una decisión reciente— ha ido estableciendo marcos para “proteger la categoría femenina”, determinando que quienes han pasado por la pubertad masculina no puedan competir en la categoría femenina.

La ONU nunca se pronunció de forma contundente. Solo voces aisladas citan riesgos legales o físicos en competiciones mixtas, en las que matemáticamente las mujeres pierden, pero nunca hubo un posicionamiento claro sobre la disputa simbólica que vive lo femenino.

La homosexualidad siempre ha existido, es una constante. En su mayoría son hombres con semblanza femenina, que quieren ser mujeres. En Pride u otros eventos similares, rara vez se plantea una demanda concreta por mejoras en maternidad, centros de cuidado, salarios dignos para madres y protección contra la violencia de género. Sin embargo, se movilizan fuertes recursos para “derechos identitarios”.

Nunca escuché en una marcha Pride un reclamo como: “Exigimos mejor atención a la maternidad, más nidos infantiles, salario justo para las mujeres, acciones urgentes contra los feminicidios.” La ausencia de estas demandas muestra una clara prioridad hacia agendas simbólicas en lugar de urgencias reales.

La novedad es la politización del tema. La “protección” de la izquierda hacia este grupo humano, por la supuesta carencia de respeto de sus derechos, contrasta con lo verdaderamente urgente como son los feminicidios en el mundo.

No se trata de negar derechos a nadie. Se trata, más bien, de preguntarnos:

¿Por qué los problemas estructurales de las mujeres quedan fuera de la agenda principal? ¿Por qué lo íntimo se convierte en espectáculo político? ¿A quién le importa tu intimidad? ¿Dónde están quienes hablan por las mujeres reales, las que llevan el peso de la creación, la crianza, el trabajo doméstico y salarial, y la vejez solitaria?

No es un juicio moral. Es una invitación a repensar el lugar que hoy ocupa la mujer en la agenda pública. Tal vez ha llegado el momento de que volvamos a decir, con serenidad pero con firmeza, que ser mujer es algo más —mucho más— que una orientación o una construcción. Es una realidad que sangra, que cría, que lucha y que sigue estando, pese a todo, en el corazón de la vida.

Y si no lo decimos nosotras, ¿quién lo hará?

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Foto de Portada: Tres imágenes, tres momentos de la vida femenina: el presente cotidiano de la maternidad en la calle; la memoria de las mujeres perseguidas, condenadas y borradas de la historia; y la persistencia del amor maduro, vivido con cuerpo y tiempo. En el centro, la estatua de Piazza Vetra que recuerda el lugar donde fueron quemadas las milanesas acusadas de brujería, símbolo de lo que no debe repetirse: la cancelación de lo femenino.