MENSAJE DEL SANTO PADRE DIRIGIDO POR EL CARDENAL SECRETARIO DE ESTADO,
PIETRO PAROLIN,EN LA CONFERENCIA DE LAS PARTES DE LA CONVENCIÓN MARCO DE LAS NACIONES UNIDAS SOBRE EL CAMBIO CLIMÁTICO (COP29) EN BAKÚ
[Bakú, Azerbaiyán, 11-22 de noviembre de 2024]
Señor Presidente,
Distinguidos Jefes de Estado y de Gobierno,
Señoras y señores,
En nombre del Papa Francisco, les envío a todos un cordial saludo y deseo asegurarles su cercanía, apoyo y aliento para que la COP29 logre demostrar que existe una comunidad internacional dispuesta a mirar más allá de los particularismos y a poner en el centro el bien de la humanidad y de nuestra casa común, que Dios ha confiado a nuestro cuidado y responsabilidad.
Los datos científicos de que disponemos no permiten más dilaciones y demuestran que la preservación de la creación es una de las cuestiones más urgentes de nuestro tiempo. Hay que reconocer también que está estrechamente relacionada con la preservación de la paz.
La COP29 se inscribe en un contexto condicionado por un creciente desencanto con respecto a las instituciones multilaterales y por peligrosas tendencias a construir muros. El egoísmo –individual, nacional y de grupos de poder– alimenta un clima de desconfianza y división que no responde a las exigencias de un mundo interdependiente en el que deberíamos actuar y vivir como miembros de una misma familia que habita la misma aldea global interconectada [1].
«La sociedad, al globalizarse cada vez más, nos hace vecinos, pero no hermanos» [2]. El desarrollo económico no ha reducido la desigualdad. Por el contrario, ha favorecido la priorización del lucro y de los intereses particulares en detrimento de la protección de los más débiles, y ha contribuido al progresivo agravamiento de los problemas ambientales.
Para invertir la tendencia y crear una cultura de respeto a la vida y a la dignidad de la persona humana es necesario comprender que las consecuencias nocivas de los estilos de vida afectan a todos y construir juntos el futuro, «para que las soluciones se propongan desde una perspectiva global y no simplemente para defender los intereses de unos pocos países» [3].
Que el principio de «responsabilidades comunes pero diferenciadas y capacidades respectivas» [4] guíe e inspire el trabajo de estas semanas. Que las responsabilidades históricas y presentes se conviertan en compromisos concretos y prospectivos para el futuro, de modo que de estas semanas de trabajo pueda surgir un Nuevo Objetivo Colectivo Cuantificado sobre la Financiación Climática, uno de los más urgentes de esta Conferencia.
Hay que hacer esfuerzos para encontrar soluciones que no socaven aún más el desarrollo y la capacidad de adaptación de muchos países que ya están agobiados por una deuda económica agobiante. Al hablar de la financiación climática, es importante recordar que la deuda ecológica y la deuda externa son dos caras de la misma moneda, que hipotecan el futuro.
En esta perspectiva, quisiera retomar un llamamiento que el Papa Francisco dirigió en vista del Jubileo Ordinario del año 2025, pidiendo a las naciones más ricas «que reconozcan la gravedad de tantas decisiones pasadas y se decidan a perdonar las deudas de los países que nunca podrán pagarlas. Más que una cuestión de generosidad, se trata de una cuestión de justicia. Hoy en día, esta cuestión se agrava aún más por una nueva forma de injusticia que reconocemos cada vez más: «existe una verdadera “deuda ecológica”, en particular entre el Norte y el Sur global, vinculada a desequilibrios comerciales con efectos sobre el medio ambiente y al uso desproporcionado de los recursos naturales por parte de algunos países durante largos períodos de tiempo»» [5].
En efecto, es esencial buscar una nueva arquitectura financiera internacional centrada en el ser humano [6], audaz, creativa y basada en los principios de equidad, justicia y solidaridad. Una nueva arquitectura financiera internacional que realmente garantice a todos los países, especialmente a los más pobres y a los más vulnerables a los desastres climáticos, vías de desarrollo con bajas emisiones de carbono y vías de alto grado de compartición que permitan a todos alcanzar su pleno potencial y ver respetada su dignidad. Contamos con los recursos humanos y tecnológicos para invertir el rumbo y perseguir el círculo virtuoso de un desarrollo integral que sea verdaderamente humano e inclusivo [7]. Trabajemos juntos para asegurar que la COP29 también fortalezca la voluntad política de dirigir estos recursos hacia este noble objetivo por el bien común de la humanidad hoy y mañana. Tenemos que recuperar nuestra esperanza en la capacidad de la humanidad de que «siempre hay una salida, de que siempre podemos reorientar nuestros pasos, de que siempre podemos hacer algo para resolver nuestros problemas» [8]. Nuestra «esperanza [es] que la humanidad en los albores del siglo XXI sea recordada por haber asumido generosamente sus graves responsabilidades» [9].
Reitero la dedicación y el apoyo de la Santa Sede en este empeño, especialmente en el campo de la educación ecológica integral y en la sensibilización sobre el medio ambiente como «un problema humano y social en múltiples niveles» [10], lo que exige sobre todo un compromiso claro, en el que son fundamentales la responsabilidad, la adquisición de conocimientos y la participación de cada uno.
No podemos «pasar de largo y mirar para otro lado» [11]. La indiferencia es cómplice de la injusticia. Hago un llamamiento, por tanto, para que, pensando en el bien común, podamos desenmascarar los mecanismos de autojustificación que tan a menudo nos paralizan: ¿qué puedo hacer? ¿Cómo puedo contribuir?
Hoy no hay tiempo para la indiferencia. No podemos lavarnos las manos, con la distancia, con la desidia, con el desinterés. Éste es el verdadero desafío de nuestro siglo.
Por un acuerdo ambicioso, por cada iniciativa y proceso encaminado a un desarrollo verdaderamente inclusivo, aseguro mi apoyo y el del Santo Padre para prestar un servicio eficaz a la humanidad, para que todos podamos asumir la responsabilidad de salvaguardar no sólo nuestro propio futuro, sino el de todos.
Gracias.
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[1] Cf. Papa Francisco, Audiencia general, 2 de septiembre de 2020.
[2] Benedicto XVI, Carta encíclica Caritas in veritate, 29 de junio de 2009, n. 19.
[3] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, 24 de mayo de 2015, n. 164.
[4] Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, art. 3.1 y art. 4.1; Acuerdo de París, art. 2.2.
[5] Papa Francisco, Spes non confundit, 9 de mayo de 2024, n.16, citando la carta encíclica Laudato si’, 24 de mayo de 2015, n. 51. [6] Cfr. San Pablo VI, Carta encíclica Populorum Progressio, 26 de marzo de 1967, n.14.
[7] Cfr. Ibídem.
[8] Papa Francisco, Carta encíclica Laudato si’, 24 de mayo de 2015, n. 61.
[9] Ibídem, n. 165.
[10] Papa Francisco, Exhortación apostólica Laudate Deum, 4 de octubre de 2023, n. 58. [11] Cfr. Papa Francisco, Carta encíclica Fratelli tutti, 3 de octubre de 2020, n. 75.