César Vallejo en París, ciudad que no gusta de la poesía

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César Abraham Vallejo Mendoza (Santiago de Chuco, 16 de marzo de 1892 – París, 15 de abril de 1938) fue un poeta y escritor peruano. Es considerado uno de los mayores innovadores de la poesía del siglo XX y el máximo exponente de las letras en el Perú. En la «Semana de América latina en Francia», el Embajador Manuel Rodríguez Cuadros, Representante permanente del Perú ante la UNESCO, organizó la Conferencia dictada por la Profesora peruana Ina Salazar, catedrática de Literatura hispanoamericana en la Universidad de Caen, en la sede de la UNESCO, salón de Delegados de la UNESCO en la Rue Miollis en París.

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La profesora Ina Salazar y el Embajador Manuel Rodríguez Cuadros.

La profesora Salazar, quien está por publicar un libro sobre Vallejo, es una gran experta de Vallejo, de su vida y de su obra, en su amplia exposición nos relató que el poeta Vallejo llegó a París después de la I Guerra Mundial, era un personaje desarraigado que vive la post-guerra, un periodo considerado espantoso, toda una generación se encuentra en un paisaje donde ya nada es reconocible, en este periodo de catástrofe, los artistas y poetas hacen una experiencia de esta semi-oscuridad. La poesía parisina de Vallejo, es la de un extranjero que llega a París desde un país periférico y es sujeto de una experiencia única, verbaliza la experiencia del hombre en la intemperie, él se embarca desde Lima el 17 de junio de 1923 en el vapor Oroya y como escribe con la carta membreteada del Hotel Odessa  «Llegué ayer 13, a las 7 de la mañana, en el Expreso de La Rochelle. Mi salud buena. He visto aún poco. La Torre de Eiffel, Cuartel de los Inválidos, el Sena, el Arco del Triunfo, los Campos Elíseos, el Palacio y el Lago de Versalles. Esto no es nada. París no tiene principio ni fin. Es para no acabar.»

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Llegaba a París luego de haber sido declarado cesante del Colegio Guadalupe, su reciente obra «Trilce» había caído en el vacío, no fue comprendida. Su sustento será como Corresponsal de periódicos peruanos, su vida parisina estuvo signada por la pobreza aguda, cuando llega a París, que para Vallejo era la Ciudad Luz y lo dice en sus primeros artículos, loa la belleza arquitectónica de París, su entusiasmo se ve reflejado en las cartas que envía a su familia, cuando habla de la «gran capital que es lo más bello que Dios ha hecho en la tierra», «París que grandeza, que maravilla, he realizado el sueño del hombre culto».

Esta visión idílica se transforma por su experiencia de pobreza, una urbe desconocida donde tiene problemas de lengua y encuentra al músico Alfonso da Silva quien le da consejos para combatir el hambre «primero: quedarse en la cama inmóvil para ahorrar energía; segundo: visitar el mercado cuando se está hambriento y no tener un céntimo para ver todo lo que se puede comer y no se puede comer» es este contexto personal que rompe su visión idílica, la cual se inserta en una más general que es la París de la post-guerra, una guerra que causó millones de muertos, tres millones de heridos con 700 mil mutilados.

La hecatombe que significó la I Guerra Mundial, se ve reflejada en los escritos que poco a poco Vallejo transmite y contienen el resquebrajamiento de su visión parisina, de su admiración incondicional que aparece en las primeras entregas de sus crónicas, la visión exaltada se resquebraja y se convierte en incisivo, distanciado de esa Francia idealizada, se convierte en crítico de la urbe. Se muestra consciente, muy lúcido de la actitud del centro que es Francia y de cómo ese centro relega a la periferia a América latina y en un artículo escribe «¿Solidaridad?, ¿Comprensión? no existe nada de esto en Europa respecto a América latina, nosotros enfrente a Europa nos levantamos y ofrecemos un corazón abierto con todos los nódulos de amor a Europa, se nos responde con el silencio con una sordéz premeditada y torpe cuando no con un Sultán que es sentido de explotación. Medio año llevo en París y puedo decir que salvo informaciones diarias y nutridas de Nueva York, Le Fígaro dedica una página semanal integra a Norteamérica jamas en rotativo alguno he visto la más ligera noción de nuestra América».

Se agudiza su visión de la época que le toco vivir que él denomina «época menor»,  las paginas periodísticas le servirán de base para sus poemas. La historicidad es el material del Vallejo poeta, precisamente lo inspiró para dar cuenta de esta época de crisis en París, es el caso del poema «Los Mutilados» una crónica pesadillezca, del comportamiento de los mutilados donde la ciudad ofrece una imagen siniestra, con un sentimiento de horror y de pesadilla, «la sombra más densa que arrojan sobre el suelo.» 

Dibujo de Vallejo realizado por Picasso
Dibujo de Vallejo realizado por Picasso

Un poeta de su tiempo que nos ha permitido conocer a un peruano con talento que se encontró en un ambiente que más allá de entristecerlo significó su inspiración, nos permite conocer mejor ese periodo y comprender con sus palabras justas cuánto es inherente al espíritu europeo. Cuando le preguntamos a la profesora Salazar si Vallejo tenía amigos, nos responde que si, era amigo del poeta chileno Vicente Huidobro, del poeta surrealista francés Robert Desnos, del poeta dadaísta rumano Tristan Tzara, al escritor francés Marcel Aymé, al diplomático y escritor mexicano Jaime Torres Bodet, y al pintor español Juan Gris.

Le preguntamos si la obra de Vallejo era reconocida en París y la sorprendente respuesta es que los franceses no están interesados en la poesía. Tanto Vallejo como productor de este género así como la profesora Salazar están unidos por un amor a un género literario que en pocas palabras logran transmitir amplios conceptos.

En el último libro que escribe Vallejo presenta a España como la esperanza de una nueva humanidad, «España aparta de mi esta cáliz» aparece como espejo del mundo, un hito que consignaba un momento límite, un derrumbadero de la historia, abriga una esperanza y envuelve en un soplo una intención utópica. La Madre aparece en su máxima sublimación. Los versos que cierran este libro, que es publicado luego de su muerte pues Vallejo fallece el 15 de abril de 1938, cuando las tropas franquistas, que ya habían iniciado su ofensiva en el Bajo Ebro, llegaban al Mediterráneo por Vinaroz y cortaban en dos la España Republicana. Tal vez ya meses antes el poeta intuía el desenlace de la contienda, lo que se vislumbra en este llamado a los “niños del mundo” del último poema, el mismo que da el título al poemario

Niños del mundo, está
la madre España con su vientre a cuestas;
está nuestra maestra con sus férulas,
está madre y maestra,
cruz y madera, porque os dio la altura,
vértigo y división y suma, niños;
¡Está con ella, padres procesales!

Si cae -digo, es un decir- si cae
España, de la tierra para abajo,
niños, ¡cómo vais a cesar de crecer!
¡Cómo va a castigar el año al mes!
¡Cómo van a quedarse en diez los dientes,
en palote el diptóngo, la medalla en llanto!
¡Cómo va el corderillo a continuar
atado por la pata al gran tintero!
¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto
hasta la letra en que nació la pena!

Niños,
hijos de los guerreros, entretanto,
bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo
la energía entre el reino animal,
las florecillas, los cometas y los hombres.
¡Bajad la voz, que está
con su rigor, que es grande, sin saber
qué hacer, y está en su mano
la calavera, aquella de la trenza,
la calavera, aquella de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;
bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto
de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aun
el de las sienes que andan con dos piedras!
¡Bajad el aliento, y si
el antebrazo baja,
si las férulas suenan, si es la noche,
si el cielo cabe en dos limbos terrestres,
si hay ruido en el sonido de las puertas,
si tardo,
si no veis a nadie, si os asustan
los lápices sin punta; si la madre
España cae -digo, es un decir-
salid, niños del mundo; id a buscarla!…

 

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