La “otra Europa” y la advertencia de François Mitterrand. Por Florent SARDOU

1
3269
Nuestro Columnista Florent Sardou, desde Chile ve en panorámica la UE en sus contradicciones y pérdida de pasos políticos seguros. Con la visión histórica que lo caracteriza, nos remonta al período del ingreso de cuatro países del este Europa: Hungría, República Checa, Eslovaquia y Rumania, ahora agrupados bajo Visegrad. Florent, nos recuerda a su presidente, Mitterrand, quien advirtió los riesgos de estas rápidas adhesiones pero nadie lo escuchó. Todo, en ese momento, se podía hacer rápidamente. Y se hizo. Ahora, frente a la crisis, al interno de los países europeos, crisis en la gestión europea, se corren graves riesgos. La política es importante y sólo la voluntad política permite la realización de las grandes ideas, es decir, cuando las personas se comprometen en realizar grandes obras que el dinero no puede proporcionar. ¿Volverá a recuperar la UE su fuerza propulsora de creer y hacernos creer en un verdadero proyecto europeo?

El martes 22 de septiembre, los dirigentes de la Unión Europea acordaron el reparto de 120.000 asilados. Pero cuatro países votaron en contra: Hungría, República Checa, Eslovaquia y Rumania. Nuevamente en la crisis de los refugiados, los gobiernos de los países miembros del centro y este de Europa (Hungría, Republica Checa, Eslovaquia, Polonia, Rumania, Bulgaria) constituyen los principales obstáculos a la hora de encontrar una solución común. Sus posturas aparecen muy lejanas a los principios de la Unión Europea, en particular con respecto a la solidaridad. Tan así que autorizan la construcción de vallas para impedir el cruce de sus fronteras y no dudan en criminalizar a los migrantes. Estos últimos meses, varios dirigentes europeos (Renzi, Fabius, Tusk, de Maizière) han criticado abiertamente a sus pares del Este, quienes no dudan en responder con fuerza. El Primer ministro eslovaco Robert Fico dijo el martes 22 de septiembre que se opondría a este “diktat” y su par húngaro, Viktor Orban, lo apoyo al día siguiente rechazando el “imperialismo moral” de la canciller de Alemania Angela Merkel.

¿Por qué esta división entre Europa del Este y Oeste? Cuando, el 1 de mayo de 2004, ocho países de Europa central y oriental fueron integrados a la Unión Europea, todos celebraron el acto como un triunfo para el proyecto comunitario. Por primera vez, la Unión Europea integraba países de Europa central y oriental, ex satélites de la Unión Soviética. Ya no era un club occidental y daba fuerza a la idea de convertir la UE en potencia geopolítica. Hoy, la crisis de los refugiados hace que muchos responsables europeos se lamenten por haber permitido una tan rápida ampliación. Se ambicionó que Estados recientemente democráticos (desde 1989-1991), ex países socialistas, lograran en sólo 15 años lo que otros habían hecho después de 40 años de construcción europea. Fueron muy pocos los hombres de estados europeos, realmente interesados en avanzar en la integración política de Europa, quienes pensaron con lucidez en las consecuencias de esta apertura hacia el este.

Estados nuevos, identidad incierta, sociedades frágiles y consecuencias políticas.
Ir tan rápido trajo consigo serias fallas a un proyecto que no era solamente económico sino que sobre todo (por lo menos en sus inicios) un propósito político, que compartía y comparte valores comunes: respecto de la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de derecho, el respecto de los derechos humanos. El Tratado de Lisboa afirma que “la sociedad europea se caracteriza por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad de género” (art.2). Tal como era de esperar, la integración económica fue un éxito (basta ver las estadísticas de Eurostat para ver la recuperación económica de Europa del Este). La integración institucional también funcionó. Sin embargo, la evolución de las mentalidades y de las sociedades requiere más tiempo y explica en gran parte la incomprensión Este/Oeste en el continente europeo.

Schermata 2015-09-24 alle 17.10.39Para muchos expertos, la gran diferencia entre las sociedades occidentales y sus pares del Este es respecto a la aceptación de una sociedad pluricultural. Los países del Este tienen una historia distinta. El derrumbe del Pacto de Varsovia en 1991 les permitió recuperar su independencia tras
haber permanecido encapsulados y aislados del exterior cuatro décadas en el sistema soviético. Al ser países nuevos tienen un sentido agudo de su fragilidad. Y en consecuencia son muy celosos de su soberanía. Sus fronteras han cambiado varias veces en menos de un siglo y la intransigencia que demuestran para controlarlas es una manera de reivindicar su existencia y, en definitiva, su sobrevivencia. Los países del Este afirman su identidad nacional con fuerza porque ésta fue vulnerada mucho tiempo. Son además sociedades homogéneas que acogieron muy pocos inmigrantes y consideran con miedo a las sociedades multiculturales del Oeste (terrorismo, tensiones entre comunidades, etc.). No es casual ver que en estos países los movimientos políticos nacionalistas, populistas y conservadores tengan tanto éxito. En Polonia, el segundo partido político más importante es Ley y Justicia, un partido euroescéptico y muy conservador. En Hungría, Jobbik, un partido ultra nacionalista, racista, antisemita y neonazi es el segundo más votado detrás del FIDESZ del Primer Ministro «Viktor Orbán» Orbán, un partido populista, conservador y nacionalista.
PULSE PARA ENTRAR AL LINK

En Eslovaquia, el Partido Nacional Eslovaco representa el 5 % de los votos y el Primer Ministro, Robert Fico, está en contra de las cuotas, de una manera bastante radical. En Bulgaria, el Primer Ministro Boyko Borisov es el líder de un partido conservador que quiere “restaurar la moralidad”. Y el Presidente de Rumania, Klaus Iohannis, pertenece al nacionalista Partido Nacional Liberal. Estas sociedades desconfían del modelo multicultural de Occidente y conciben a Europa como un espacio cultural basado sobre el cristianismo. Una visión distinta a la de la Unión Europa, que se reivindica como un espacio multicultural con valores comunes. Son la “otra Europa”, que se quiere distinta, tal como lo demuestra la existencia del “Grupo Visegrad”. Una alianza informal conformada por Hungría, Polonia, Eslovaquia y Republica Checa y destinada a defender sus puntos de vista en la Unión Europea.

Schermata 2015-09-24 alle 17.06.44

Frente a esta división dentro de la Unión, frente a esta crisis de identidad, parece útil recordar la solución que proponía el ex Presidente francés François Mitterrand a fines de 1989 para evitar el resurgimiento de los egoísmos y nacionalismos en Europa, luego del derrumbe del imperio soviético. Tenía un solo objetivo en la mente: seguir y profundizar la integración europea.

La advertencia de François Mitterrand

Schermata 2015-09-25 alle 01.14.55Francia, sobre todo Mitterrand, veía con preocupación una integración rápida de los países del Este. Según él, y al parecer tenía razón, esta integración podía impedir una mayor unión comunitaria. Para Mitterrand, en definitiva, multiplicar de manera rápida los Estados miembros impediría fomentar la unión política de la comunidad europea, transformándola en mera zona de libre comercio. La original, y tal vez visionaria, solución de Mitterrand surgió el 31 de diciembre de 1989. Sobre el ingreso de los países del Este al proyecto europeo (dijo en junio de 1991 que sus adhesiones podrían demorarse “decenas y decenas de años”), el mandatario francés propuso una medida alternativa. Crear al lado de la Comunidad Europea una Confederación europea, una nueva estructura que agrupara a todos los Estados del Viejo continente, incluso a la URSS de Gorbachov. La idea avanzó y en junio de 1991 se organizó un congreso paneuropeo en Praga. Sin embargo, el entonces Presidente de Checoslovaquia, Vaclav Havel, se opuso a la propuesta francesa afirmando que los países de Europa central y oriental querían ante todo integrarse a la Comunidad Europea. Y alabó a la OTAN («constituirá durante mucho tiempo el principal pilar de la seguridad europea») y a Estados Unidos. Frente a esta reticencia se sumaron las oposiciones de los estadounidenses, de los británicos y de los alemanes: la propuesta de Mitterrand nació muerta. A la luz de los acontecimientos actuales, podríamos pensar que el rechazo de esta iniciativa si fue un golpe para el logro de una mayor integración política y militar de la Comunidad Europea, mientras se construía un lazo de confianza con su periferia. Se integraron países que buscaban antes que todo la seguridad y la riqueza, pero con nula vocación europeísta. La consecuencia la vemos hoy: se ha privilegiado una Europa competitiva (mercado común) por sobre una Europa solidaria (integración política).

Al igual que en 1989, Europa está en peligro. Un mundo termina. Vivimos un periodo donde el Viejo continente se encuentra sacudido por múltiples y serias crisis internas y externas (Ucrania, terrorismo, Grecia, refugiados, pronto Cataluña y un posible “Brexit”), que vulnera su cohesión y hasta pone en peligro su sobrevivencia. Para enfrentar estas amenazas, varios responsables políticos hablan de la necesidad de crear una vanguardia de la Unión Europea, más solidaria e integrada con un presupuesto común, una unión fiscal y con políticas comunes (defensa, política exterior, inmigración, asilo, etc.). Más que nunca es urgente que surjan hombres de estado capaces de concretizar la idea de Mitterrand: encontrar un camino nuevo y realista para impedir el estallido de la Unión Europea y restaurar la paz en todo el Viejo continente. “La geopolítica de Europa necesita una teoría de los conjuntos” decía Mitterrand en septiembre de 1991 en el diario Le Monde.

Los comentarios están cerrados.