Estados Unidos siempre ha sido un país complejo y multifacético, fluctuando entre la cooperación y la tensión. Sin embargo, fue la administración de Donald Trump la que, de manera particularmente provocadora, definió a la Unión Europea como un “parásito”. El motivo se vincula a la actitud de confort que la UE ha desarrollado con el paso de los años, delegando en los Estados Unidos el gasto principal de su protección, al contribuir estos con un 70% del presupuesto de la OTAN.
Durante su primer mandato, Trump fue claro al exigir a los europeos que aumentaran su contribución a la OTAN hasta alcanzar al menos el 2% de su PIB. El enemigo latente —y siempre presente— es y será Rusia. Sin embargo, ante la falta de una política exterior unitaria, sumada al desacuerdo sobre quién debería liderar un eventual ejército europeo (¿Alemania o Francia?), la respuesta europea ha sido dispersa. Países como Polonia, más cercanos geográficamente a Rusia, aportaban significativamente más que España o Italia, quienes veían como improbable un ataque ruso directo en sus territorios.
Estas reiteradas solicitudes por parte de Estados Unidos no recibían respuesta. Los llamados “aliados” simplemente se hacían los sordos. Esta falta de reacción diplomática generó en Trump —y en Vance— un claro resentimiento, al punto de no considerarlos aliados confiables, e incluso llegar a calificarlos como “parásitos”.
Anti-Trumpismo europeo y memoria estratégica
Nadie podrá olvidar la campaña tácita de apoyo a Kamala Harris desde ciertas instituciones europeas. Fue evidente que se posicionaron abiertamente en contra de Trump, exaltando las posibles acciones de su eventual retorno al poder —acciones que hoy se están verificando, como el uso de aranceles.
La memoria de Trump y Vance es sólida. En la Sala Oval, Vance reprochó directamente a Zelenski su participación en un mitin de apoyo a Kamala. Actualmente, Trump ignora deliberadamente a la UE en la negociación con Rusia: no existen. No tienen ejército unitario, por lo tanto, no forman parte de la mesa.
Y sin embargo, la UE ha proporcionado armas —según sostienen— en mayor cantidad y precio que Estados Unidos. Pero sin el satélite de Musk y sin las armas norteamericanas, Ucrania ya habría sido invadida totalmente.
Negocios frustrados y silencios estratégicos
Desde la perspectiva de la administración Trump, fiel a su línea negociadora, cada alianza debe ser evaluada en términos de costo-beneficio. Si Italia, gracias a la intervención de Giorgia Meloni, estaba lista para comprar un satélite de comunicación institucional, la izquierda se opuso y la operación se frustró. Esta interferencia política hizo desaparecer a Musk de Italia. Desde entonces, también ha reinado el silencio por parte de Trump hacia el país.
La conversación de Vance: “parásito”
En la Sala Roosevelt de la Casa Blanca, Trump expresó al periodista Greg Kelly: “En materia de aranceles no quiero que haya demasiadas excepciones. Mire, hemos sido engañados durante 45 años por otros países. Siempre hemos sido blandos y débiles. Es como si tuviéramos gente que no sabe lo que está haciendo. Nos han jodido como país como nadie lo ha visto nunca antes. Por eso tenemos una deuda de 36 billones de dólares. Es hora de recuperar parte de ese dinero, tal vez gran parte de ese dinero. Y eso era algo que había que hacer. No podíamos permitir que esto continuara. Y, ya sabes, estos son amigos y enemigos. Pero a menudo los amigos, los llamados amigos, son peores que los enemigos. Pensemos simplemente en la Unión Europea, en lo que ha hecho con este país, en cómo lo ha puesto de rodillas. Y China, que ya la conocen.»
A ello se suma el incidente diplomático revelado por error: se incluyó al editor de The Atlantic, Jeffrey Goldberg, en un chat privado de la red segura Signal. De allí se filtró una expresión atribuida al vicepresidente Vance: “Odio tener que salvar a Europa.” Se refería al ataque ejecutado por Estados Unidos contra los hutíes en Yemen, quienes desde hace años han agredido a buques mercantes que atravesaban rutas clave para el comercio europeo. Según esta visión, los principales beneficiarios del ataque fueron los barcos europeos, no los estadounidenses. De ahí la amarga declaración de Vance.
Reacciones y realidades europeas
En un momento en que Europa carece de líderes verdaderamente influyentes, la actitud resolutiva de Trump —dispuesto a zanjar una guerra que genera costos excesivos a la Unión Europea y que no muestra señales de resolución— provoca desorientación en la política europea. Los llamados «países voluntarios», encabezados por Starmer y Macron, ven poco a poco reducido su alcance.
Además, hay una verdad no dicha pero ampliamente sabida: Starmer vela por el acuerdo de 100 años firmado con Ucrania, un pacto a 360 grados que no es cosa menor. Por otro lado, abordando la guerra desde una perspectiva práctica: si Putin decidiera detener el conflicto hoy, ¿dónde reubicaría a los 600 mil soldados rusos que han sido endurecidos por la violencia? Aquellos que han regresado ya están generando casos de brutalidad inaudita. ¿Cómo controlarlos?
Recordamos el caso de Yevgueni Prigozhin, amigo de Putin y fundador del Grupo Wagner, muerto —según se dijo— en un accidente aéreo. Los combatientes que retornan ya no pertenecen a un ejército formal: son el germen de futuras agrupaciones criminales.
No debe extrañar, entonces, que incluso tras pactar un alto al fuego, los ataques continúen. Trump ha asumido el rol de buscar una salida. Si fracasa, la situación en Europa no mejorará. En el fondo, la está protegiendo. Y quizás sea preferible que la UE no participe directamente en la negociación con Rusia: al menos así no se queman todas las posibilidades de lograr la paz.
No obstante, los problemas estructurales siguen latentes. Un país como Rusia, sin horizonte claro de futuro, se aferra a su pasado imperial para justificar una expansión territorial, utilizando como excusa la defensa de poblaciones de habla rusa en países del Este. Moldavia es uno de ellos. Es candidata oficial a la adhesión a la UE desde junio de 2022, y bajo la presidencia española, en diciembre de 2023, el Consejo Europeo autorizó la apertura de negociaciones.
Frente a este panorama, se mantiene viva la advertencia de Churchill y De Gaulle: “Si queremos la paz, debemos armarnos para la guerra.”