El presidente de Argentina, Javier Milei.
Muchas gracias, presidente.
Buenos días a todos, a mis colegas presidentes, a los cancilleres de nuestros países hermanos, a todas las autoridades de los países integrantes del Mercosur. Espero que podamos tener una conversación fructífera acerca de nuestro bloque común, avanzar en el camino correcto, que no es otro que profundizar nuestros lazos para promover el comercio y con ello traerle prosperidad a nuestros pueblos. Si bien vengo hoy aquí en carácter de presidente, quisiera hablar principalmente como economista y aprovechar el día y la fecha, habiéndose cumplido ya más de treinta años desde su fundación, para recordar la misión de origen del MERCOSUR y evaluar en conjunto si el mismo ha estado o no a la altura de su pronóstico del seminario. Porque a las instituciones no hay que evaluarlas por sus intenciones, sino por sus resultados.
A fines de los ochentas, con un mundo completamente fracturado tras décadas de guerra fría y polarización ideológica, el Mercosur surgió como una forma de buscar integrar los mercados de nuestros países, eliminando aranceles, burocracias y dobles imposiciones fiscales, y con el fin último de establecer una zona común de libre comercio. Lamentablemente, en simultáneo y producto de las ideas imperantes en la época, a nuestros juicios equivocadas, se propuso un sistema de arancel externo común para intentar proteger la industria de nuestros países, creyendo que eso traería un beneficio para nuestros ciudadanos. Lamentablemente, el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones. Como alguna vez ha señalado el profesor Huerta de Soto, siempre que el Estado interviene genera un resultado peor al que había antes de que se entrometiera.
Por lo cual, no es una sorpresa para un liberal como yo que el resultado de estas medidas haya sido el contrario al pretendido. El arancel externo común no solo encareció la importación de bienes productivos, volviendo a nuestras industrias locales más caras y en consecuencia menos competitivas, sino que nos cerró innumerables vías comerciales. Por lo que sucede con el comercio es que funciona como una autopista de doble vía. Para uno poder vender libremente debe estar dispuesto a comprar libremente también. Sin embargo, tanto por la rigidez del arancel externo común como por las innumerables barreras parancelarias que hemos inventado a lo largo de los años, tanto el comercio del Mercosur con el mundo, como el comercio intramercosur, se han visto deteriorados. Desde mil novecientos noventa y cinco hasta el presente, la participación en el comercio intrazona de todos los países, exceptuando Paraguay, se redujo significativamente, siendo Argentina y Uruguay los casos más notorios. Tener aranceles tan altos encarece la vida de todos nuestros ciudadanos y les niega la oportunidad de adquirir mejores bienes a mejores precios, es decir, les niega la posibilidad de mejorar su calidad de vida. No es casualidad que desde mediados de los noventa hasta el presente, la incidencia del Mercosur en el comercio mundial se ha reducido del uno coma ocho por ciento al uno coma seis por ciento. Consolidarnos en un grupo común no solo no nos hizo crecer, sino que nos ha perjudicado. Mientras vecinos como Chile y Perú se abrieron al mundo y entablaron acuerdos comerciales con los protagonistas del comercio global, nosotros nos encerramos en nuestra propia pecera, tardando más de veinte años en cerrar un acuerdo, con el que hoy festejamos, que aún dista de ser una realidad. No puede llamar la atención entonces que las economías de nuestros vecinos hayan crecido tanto más que las nuestras. Mientras que ellos tienen acuerdos de libre comercio con más de veinte países, nosotros tenemos tratados similares únicamente con el resto de Sudamérica, Egipto e Israel. Si bien la responsabilidad del fracaso argentino cae mayormente en décadas de una política económica destructiva, el Mercosur y sus restricciones también han sido un escollo para el progreso de los argentinos.
Chile exporta cincuenta veces más de cereza que lo que exportamos nosotros. Exporta cincuenta mil millones de dólares por año en cobre, mientras nosotros cero.
¿Cuántos mercados nuevos podríamos haber desarrollado si estuviéramos abiertos al mundo? Mi punto es que los últimos veinte años de política económica dejaron a la Argentina en un pozo profundo. Y hoy la sociedad entera está haciendo un esfuerzo inmenso para salir adelante. No podemos darnos el lujo de dejar pasar oportunidades comerciales. Las necesitamos como agua en el desierto. Así como hemos aprendido de los errores del pasado en materia fiscal y monetaria, tenemos que aprender de los errores del pasado en materia comercial también. Durante los últimos veinte años nos hemos perdido la oportunidad de nuestras vidas. Fuimos a contramano del mundo durante el ciclo de mayor integración comercial de la historia global, que redundó en el mayor desarrollo de países emergentes jamás visto. Mientras el resto del planeta se expandía gracias al comercio, nosotros les dijimos que no a Estados Unidos, que ofrecía un acuerdo de libre comercio en todo el continente. Pero esa perorata disfrazada de nacionalismo le costó carísimo a nuestros ciudadanos.
¿Saben cuál es la única manera de defender el interés de nuestras naciones?
Promoviendo el libre comercio, porque el libre comercio genera prosperidad. Como dijo Julio Argentino Roca, el más grande nacionalista de nuestra historia, el comercio sabe mejor que el gobierno lo que a él le conviene. La verdadera política consiste, pues, en dejarle las manos, la más amplia libertad. En resumen, el Mercosur, que nació con la idea de profundizar nuestros lazos comerciales, terminó convirtiéndose en una prisión que no permite que sus países miembros puedan aprovechar ni sus ventajas comparativas ni su potencial exportador. Este problema no es nuevo, pero si seguimos pretendiendo tratar de tapar el sol con las manos, se volverá cada vez más difícil de solucionar. Me gustaría invitarlo, como hermanos que somos, a que abramos los ojos y seamos honestos intelectualmente. Aceptemos que este modelo está agotado y busquemos una nueva fórmula que nos beneficie a todos para que todos podamos comercializar más y mejor. Porque es el comercio lo que genera prosperidad y lo que va a terminar con el gran flagelo latinoamericano, que es la pobreza abyecta de nuestros pueblos. Ganemos autonomía sin dejar de respetar los acuerdos que nos hermanan. Y si los que nos hermanan es comercial libremente entre nosotros, propongo que aflojemos las ataduras que hoy nos ahogan en vez de fortalecernos. Este bloque no puede seguir siendo un cepo que limite a nuestros países. Debemos dejar atrás esta etapa caracterizada por la mera administración de acuerdos, el exceso de regulaciones y la implementación de normas que frenan tanto el comercio interno como el resto del mundo. Porque si el bloque no es un motor dinámico que facilite el comercio, que impulse la inversión y mejore la calidad de vida de todos los ciudadanos de nuestra región, ¿cuál es el sentido que tiene? pero que sin anteojeras ideológicas tengamos la honestidad intelectual suficiente para poder hacernos las preguntas difíciles y el coraje para tomar las decisiones necesarias.
Que Dios los bendiga a todos y que la fuerza del cielo nos acompañe.
Muchas gracias.