La relación entre PBI per cápita e inflación revela las profundas desigualdades estructurales de la economía mundial. Mientras las economías avanzadas disfrutan de estabilidad de precios con ingresos elevados, los países en desarrollo enfrentan ese doble desafío de baja productividad y alta inflación. Esta brecha no es accidental, pues refleja décadas de políticas monetarias asimétricas y dependencia de commodities que perpetúan la volatilidad macroeconómica.
América Latina lucha permanentemente con inflaciones del 5 al 10% mientras sus economías avanzan a ritmos menores. El crecimiento no se traduce en la estabilidad de los precios porque nuestras economías carecen de diversificación productiva; dependemos de importaciones manufactureras en las cuales los precios fluctúan con el tipo de cambio y exportamos materias primas sujetas a ciclos que impiden la planificación a largo plazo.
La pandemia del COVID 19 exacerbó estas diferencias estructurales. Las economías avanzadas implementaron paquetes de estímulo sin generar hiperinflación gracias a su mayor credibilidad institucional y profundidad financiera. Los países emergentes, en cambio, enfrentaron el dilema de estimular sus economías a riesgo de desbordes cambiarios e inflacionarios. Este diferencial de capacidades explica por qué la recuperación post-pandemia ha sido tan desigual a nivel global.
La estabilidad de los precios en economías de alto ingreso no es producto de la magia sino de instituciones sólidas. Bancos centrales independientes, reglas fiscales creíbles y mercados competitivos permiten absorber shocks sin trasladarlos inmediatamente a precios. En contraste, la debilidad institucional en países en desarrollo convierte every shock externo en crisis inflacionaria doméstica.
El camino hacia la convergencia requiere más que crecimiento económico. Necesitamos construir instituciones monetarias creíbles, diversificar nuestras economías y romper la maldición de los commodities. La experiencia peruana muestra que es posible: con inflación controlada en el 1.7% pese a tener un PBI per cápita modesto, demostramos que políticas macroeconómicas prudentes pueden compensar desventajas estructurales. El desafío es replicar este éxito en otros países en desarrollo.