En la mañana del 7 de mayo de 2025, el cardenal Giovanni Battista Re pronunció en la Basílica de San Pedro la homilía de la misa “Pro eligendo Pontifice”, el último acto público antes del inicio del Cónclave. Con un tono grave y sereno, apeló a la oración, a la unidad y a la fidelidad. Sin nombrarlo directamente, dejó claro lo que espera del futuro Papa.
Así como los Apóstoles se reunieron en espera de Pentecostés, hoy vivimos una situación análoga: la Iglesia entera aguarda la decisión del cónclave, precisamente en la Basílica de San Pedro, sobre la tumba del primer Papa, Pedro.
Un gran pueblo está unido en la fe, en el amor al Papa que ha partido, y en la confiada esperanza de que será elegido el pastor que necesita nuestro tiempo, un tiempo descrito por Re como “difícil y complejo”.
El acto humano de elegir al Papa debe estar libre de “cualquier consideración personal”, guiado únicamente por “el Dios de Jesucristo y el bien de la Iglesia y de la humanidad”. Re invita a invocar al Espíritu Santo como el único guía válido.
Con fuerza, apela a la conciencia de los cardenales, recordando el mandamiento del Evangelio: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado». Les exhorta a superar resistencias, a mirar a los demás como amigos, y a tomar una decisión desde el corazón. Retoma también la antigua máxima: “No hagas a los demás lo que no quisieras que te hagan a ti”, destacando el carácter radical y transformador del amor evangélico.
El cardenal subraya que los pastores de la Iglesia deben comprometerse en la construcción de una “civilización del amor”, en contraposición a un mundo marcado por la violencia, el egoísmo y la indiferencia. “El amor es la única fuerza capaz de cambiar el mundo”, recuerda.
Sobre la Iglesia, insiste en su vocación como “casa y escuela de comunión”. Esta unidad no debe confundirse con uniformidad, sino que debe ser una comunión profunda en la diversidad, siempre fiel al Evangelio. Quizás aquí resuena el eco de las puertas abiertas por el Papa Francisco, que ahora deben mantenerse entreabiertas, discerniendo con sabiduría.
El Cardenal también introduce una exhortación a la conciencia personal: “Dios nos juzgará”, afirma con serenidad. Es un recordatorio de que todos compareceremos ante Él, también quienes ejercen autoridad en la Iglesia.
Finalmente, Re hace una súplica: que el Espíritu Santo conceda a la Iglesia un Papa “según el corazón de Dios”, capaz de despertar las conciencias, de tutelar los valores humanos y espirituales, y de enfrentar con valentía una sociedad que, en su progreso, tiende a olvidarse de Dios.
Se necesita un Papa que toque los corazones endurecidos, que confronte a los inescrupulosos, que no tema hablar con la fuerza moral del Evangelio. Porque sin esa voz, “la convivencia humana no será mejor ni portadora de bien para las generaciones futuras”.