Vivimos tiempos donde la lógica dominante no es femenina. El diálogo ha sido reemplazado por pulsos de fuerza, por estrategias que desembocan, no por accidente sino por diseño, en la muerte. Hay gobiernos que planifican la guerra, industrias que lucran con ella, y palabras que justifican lo injustificable. Frente a esto, muchas mujeres callamos. No porque no tengamos voz, sino porque no se nos concede espacio real en una conversación cada vez más estridente y masculina.
Sin embargo, existe otra forma de presencia. En el corazón de la sociedad civil, tejida por manos voluntarias, persiste una fuerza callada: mujeres —y también hombres— que curan a los heridos, que transportan alimentos, que negocian en voz baja la apertura de un corredor humanitario. Esa parte femenina, protectora, creadora de vida, no se ha extinguido. Es discreta, pero esencial. Es lo que aún nos conecta con la esperanza.
A lo largo de la historia, las mujeres han conocido el horror cuando el poder masculino se despliega sin freno. Lo vemos en los feminicidios, en los abusos, en las guerras donde nuestros cuerpos son territorio de conquista. Pero también sabemos resistir. Con dignidad. Con memoria. Con una sabiduría que no busca aplastar sino transformar.
Hoy más que nunca necesitamos recuperar esa feminilidad profunda, esa energía que une en lugar de dividir, que cuida en lugar de someter. Y lo hacemos recordando quiénes somos: mujeres europeas, latinoamericanas, del mundo, herederas de una espiritualidad antigua que no teme a la oscuridad porque sabe que en ella germina la luz.
Por eso volvemos la mirada a una fecha singular: el 24 de junio, día de San Giovanni Battista. El calendario cristiano celebra entonces al profeta que anunció y bautizó a Jesús. Pero más allá de la liturgia, esa fecha encierra un eco profundo: la resonancia de los antiguos ritos del solsticio de verano. En la noche entre el 23 y el 24 de junio, cuando el fuego, el agua, las hierbas y los sueños tejían un puente entre los mundos visibles e invisibles, los pueblos de Europa festejaban la vida en su punto de mayor luz.
Con la llegada del cristianismo como religión oficial del Imperio romano y la derrota doctrinal del arrianismo en el Concilio de Nicea (325 d.C.), se consolidó un proceso sistemático de transformación espiritual y política. Algunas prácticas fueron adaptadas, otras erradicadas. Las bulas eclesiásticas trazaron con precisión los límites entre lo permitido y lo herético. En este movimiento, fueron especialmente las mujeres —curanderas, sabias, guardianas de rituales ancestrales— quienes pagaron el precio más alto. Lo que no se plegaba a la ortodoxia fue condenado, perseguido, borrado.
Y sin embargo, algo resistió. Una memoria subterránea. Un ADN espiritual que no se deja borrar del todo. La noche de San Giovanni sigue siendo mágica: se recogen hierbas que curan, se encienden hogueras, se sueña el destino, se cree. Aunque muchas de estas costumbres han sido folklorizadas o vaciadas de su antiguo poder, siguen hablando de un pasado donde lo sagrado y lo natural eran una sola cosa.
Porque la mujer siempre piensa en el futuro, en la vida, en el canto, en la alegría. Y quizás por eso, incluso después de siglos de silencio y represión, perdura aún un ritual. En la noche de San Giovanni —la más luminosa del año—, cuando el sol alcanza su punto más alto y comienza luego su lento declive hacia el invierno, el alma femenina se prepara para lo que vendrá. En Europa, esta noche marca el umbral: a partir de aquí, el día mengua, y con él el esplendor visible, pero crece la sabiduría interior.
Dos rituales, dos lenguajes del alma
♥El agua de San Giovanni y la barca de claras
La noche entre el 23 y el 24 de junio es la más antigua y mágica. Se prepara un vaso de agua con clara de huevo dentro y se deja afuera toda la noche. Al amanecer, se observan las formas que ha tomado: son mensajes, augurios, intuiciones. El ritual está ligado al solsticio de verano, a la sacralidad del rocío, a la purificación y la apertura espiritual. Es el momento en que la naturaleza habla más fuerte y los símbolos se transforman en lenguaje del alma.
♥Esa misma noche, se prepara también el agua de San Giovanni, una infusión sencilla pero poderosa, compuesta por hierbas recogidas al atardecer y dejadas bajo las estrellas para absorber su energía. No se trata de cualquier flor: se eligen con cuidado aquellas que no irritan la piel, porque esa agua será usada para lavar el rostro y el cuerpo al amanecer. Tradicionalmente, se utilizan plantas conocidas por sus propiedades purificadoras y protectoras:
– Hipérico (Hypericum perforatum),
– Artemisa (Artemisia vulgaris),
– Lavanda (Lavandula angustifolia),
– Ruda (Ruta graveolens),
– Ajo (Allium sativum),
– Romero (Salvia rosmarinus)
Cada una aporta una nota distinta al agua ritual: sanación, claridad, protección, intuición. Y juntas forman una sinfonía vegetal que cuida y renueva.
♦La barca de San Pedro y San Pablo
En algunas regiones italianas, una variante del rito se realiza más adelante, la noche entre el 28 y el 29 de junio, en honor a San Pedro y San Pablo. Es una versión más cristianizada pero similar en esencia: la clara de huevo forma velas, mástiles, o signos sutiles que se interpretan como presagios. Es el mismo deseo de escuchar, de ver más allá, de prepararse para lo que viene.
(Seguirá……)