Tenía que morirse ya, con sus 103 años, o acaso todavía en un tiempo más, con él nunca se sabe. De hecho una vez, hace años, un presidente de Chile lo dio por muerto, prematuramente, claro. Pero ahí estaba, en su casa de Las Cruces, comiendo kilos de naranjas, mirando el mar. La cuestión es que la muerte de Nicanor, la muerte misma, ¿no es acaso un antipoema?

Si la vida nos parece en cierto modo y a pesar de todo, y desde luego claramente en la poesía/prosa y en la vida misma de Parra y en los clásicos que cita en antipoemas y textos, ¿no es la vida eso, un poema? Y la muerte, que la niega, ¿puede ser, entonces, un “anti-poema”?

Para los simples lectores, como yo, que más que interpretar a los autores, los disfrutamos (o no, depende) puede parecernos que en Nicanor Parra poemas y antipoemas son un continuo dialéctico, y a veces cuesta saber cuál es uno y cual es otro (“la poesía morirá si no se la ofende/hay que poseerla y humillarla en público/ después se verá lo que se hace”).

Parra escribe, dibuja, declama, grita, susurra, con poemas y antipoemas, con prosa o verso, con “artefactos”, signos y matemáticas. (“Vida en palabras/Un enigma que se niega a ser descifrado x los profesores/Un poco de verdad y una aspirina/ Antipoesía eres tú”). A veces romántico (“Hoy es un día azul de primavera/creo que moriré de poesía”), a veces (muchas) provocativo (“Un neurótico bien administrado/rinde el doble o el triple/que un sujeto normal”), otras tantas irreverente (“Los premios son para los espíritus libres/Y para los amigos del jurado”), también irónico (“la izquierda y la derecha unidas/jamás serán vencidas”), incisivo (“El pequeño burgués no reacciona/ Sino cuando se trata del estómago/ ¡Qué lo van a asustar con poesías!”), desfachatado (“Gloria al Espíritu Santo/Nómbrame Embajador en cualquier parte/ Nómbrame Capitán del Colo-Colo/ Nómbrame si te place, Presidente del Cuerpo de Bomberos«), burlón (“El que lava los platos tiene que ser una persona culta, de lo contrario quedan peor que antes), iconoclasta (“¿Marxista?… No, ateo, gracias a Dios”), sarcástico (“Pido que me den el Nobel/por razones humanitarias”), economista (“Hay dos panes/Usted se come dos/Yo ninguno/Consumo promedio: un pan por persona”), realista (“diga Pronunciamiento Militar/y verá cómo le suben los bonos/si dice golpe lo mirarán de reojo”), rotundo (“La muerte es un hábito colectivo”), dicharachero (“si no me rio de alguien/ando de malas pulgas todo el día”), sensual (“El vino cuando se bebe/Con inspiración sincera/Sólo puede compararse/Al beso de una doncella”), sacapica (“los cuatro grandes poetas de Chile son tres: Alonso de Ercilla y Rubén Darío”).

Parra nació en la provincia de Ñuble, en el sur de Chile, en 1914, a los 21 años publicó su primer libro de poemas: “Cancionero sin Nombre”, y en 1954 irrumpe con la obra que es considerada un momento de ruptura en la lírica latinoamericana, los “Poemas y Antipoemas”. Fue consciente de ello, por supuesto: “Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa / Suban, si les parece / Claro que yo no respondo si bajan/ echando sangre por boca y narices”.

Recibió el Premio Nacional de Literatura, en 1969; el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, en 1991, y el Premio Miguel de Cervantes, en 2011. No pudo viajar a Alcalá de Henares a recibirlo, y en su lugar asistió su nieto “Tololo”, quien leyó lo que su abuelo había preparado para la ocasión. No fue un discurso como se acostumbra, sino algunos comentarios ingeniosos, un poco irreverentes y divertidos, y una relectura de algunos de sus poemas y antipoemas clásicos, entre ellos el “Soliloquio del individuo”, “El hombre imaginario”, “La seriedad con el ceño fruncido” y “Autorretrato”. Tratándose de Parra no podía esperarse otra cosa, además que hacía un tiempo ya había dicho: “He llegado a la siguiente conclusión: hay que hablar por escrito. Yo demoro seis meses en armar un discurso que se lee en 45 minutos y que parece que estuviera improvisado”. Y mandó decir con su nieto que pedía una prórroga de mínimo un año, para así “poder pergeñar un discurso medianamente plausible”. Terminaba sus palabras de esta manera, con una autopregunta y respuesta: ¿Se considera Ud. acreedor al Premio Cervantes? –claro que sí– ¿por qué?–x un libro que estoy x escribir”.

En una de las crónicas por su muerte, el diario El País destaca algo de lo que muchos no nos habíamos percatado: “con su particular uso de signos como “&”, “x” o “+” (en lugar de “y”, “por” o “más”), se adelantó a los mensajes de texto de los teléfonos móviles”. O sea, también un precursor de la lengua tuitera.

Hay que leer y releer a Nicanor Parra, creo que debería ser un libro de consulta y un refugio en el que entrar para zambullirse en el ingenio, encontrarse inmerso en la “parra-doja”, en las verdades que nos descubre tan divertida o brutalmente, y disfrutar del placer estético de esa feliz combinación de letras y palabras de su lírica y prosa únicas.

Dejemos, para finalizar estos comentarios, necesaria e inevitablemente incompletos, algunos textos/artefactos que el poeta/antipoeta fuera “des-parra-mando” por aquí y allá, incluso en sus cátedras de física y matemáticas en la universidad:

“Yo soy un dramaturgo frustrado que opera a base de chisporroteos lingüísticos, fundamentalmente a través de giros idiomáticos que aparecen como conjuntos de palabras aisladas, en circunstancias que deberían escribirse como una sola.”

“Lo que yo pretendo hacer es simplemente poner en palabras eso que llamamos realidad. Reproducirla. Antes llamaban a esto el arte imitativo. Imagino que es lo mismo, volverla a crear. Estamos imitando a Dios.”

«El poeta es un hombre como todos / Un albañil que construye su muro / Un constructor de puertas y ventanas”.

“Yo soy un mercader/ Indiferente a las puestas de sol/ Un profesor de pantalones verdes/ Que se deshace en gotas de rocío”

“Por sincero casi me jodo /por optimista me embromé/ por compasivo, por humilde/ recibo mi buen puntapié/ eso pasa por pelotudo/ por andar predicando el bien.”

“Perdóname lector, amistoso lector/ que no me pueda despedir de ti, con un abrazo fiel/ me despido de ti con una triste sonrisa forzada.”

«Ni muy listo ni tonto de remate / Fui lo que fui: una mezcla / De vinagre y aceite de comer / ¡Un embutido de ángel y bestia!».

“Chao. Y perdón si me he excedido en el uso de la palabra”