A 75 años de la Segunda Guerra Mundial

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El filósofo español José Ortega y Gasset desarrolló la teoría de las generaciones: cada una llega a la cumbre del poder a los 15 años, y a la edad de 30 a 45 años de las personas. La generación de mis padres estuvo marcada por dos guerras: la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial, y sobre estos dos acontecimientos centraban sus conversaciones., es decir, la defensa de Madrid – en el caso de España –  y la liberación de París, en la Segunda Guerra Mundial.

En un artículo anterior me referí a que la carencia de petróleo obligaba a los santiaguinos a desplazarse en bicicleta. Mis padres compraban números de una colecta, a fin de apoyar a los soldados ingleses que luchaban contra la dictadura de Hitler y, en sus bicicletas lucían la bandera británica.

Al parecer, no es imposible que, a raíz de la actual pandemia, volvamos a la bicicleta – el alcalde Joaquín Lavín ya prepara el terreno para la construcción de grandes pistas ciclísticas – y, por primera vez, los peatones y los animales serán los dueños de las calles.

Muchos de los amigos de mis padres eran pintores, médicos y periodistas, historiadores, entre otras profesiones, que vinieron a Chile en el Winnipeg, exiliados españoles que le hicieron muy bien a Chile.

La celebración del 75 aniversario de la rendición de Alemania fue triste, pues debido a la actual pandemia se suspendieron todos desfiles militares a nivel mundial, limitándose a actos donde asistieron no más de cinco o seis personas; (en Alemania, por ejemplo, la Canciller Ángela Merkel y el Presidente de la República; en Francia, frente al Arco del Triunfo, Emmanuel Macron, y algunos generales; en Estados Unidos, país diezmado por la peste, no hubo ceremonia visible; los verdaderos triunfadores de esa Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética en esa época, hoy Rusia, sólo se limitaron a un desfile aéreo.

Los alemanes tuvieron que rendirse tres veces ante los aliados: la primera, frente a los ingleses, el 3 de mayo de 1945; la segunda, ante los aliados occidentales, en la ciudad de Reims, (Francia), el 7 de mayo de 1945; la tercera, forzada por los soviéticos, tuvo lugar en las afueras de Berlín, en la pequeña ciudad de Karishorst.

A consecuencia de la “guerra fría” los occidentales trataron de olvidar que el mérito principal del triunfo en la Guerra se debía a la valentía y heroísmo del pueblo soviético, (hasta el hoy la polémica continúa, y Vladimir Putin tiene que recordar a sus entones aliados que fue la lucha del pueblo soviético la que abrió el camino a Berlín).

En abril de 1945, norteamericanos, ingleses y franceses habían penetrado en territorio alemán y se dirigían a Berlín: los franceses por el sur, los norteamericanos por el centro y los ingleses por el norte; por el oriente el ejército soviético ya estaba ocupando las afueras de Berlín.

Hitler ya estaba escondido en el bunker de la Cancillería, Según su secretaria personal, parecía un cadáver viviente: el temblor de sus manos se hacía cada vez más intenso, (debido al avanzado parkinson), y su rostro se mostraba lívido y demacrado. Cuando se dio cuenta que el ejército alemán estaba completamente derrotado, decidió contraer matrimonio con su amante, Eva Brown, que se encontraba con él.

Acompañado de unos pocos guardias, les dio la orden de que quemaran su cuerpo y el de Eva Brown para que no fueran profanados por los aliados, (seguía creyéndose el salvador de Alemania). En su testamento, dictado a su secretaria, no existe ninguna autocrítica, y fue derrotado, según él, por la traición de sus generales y la cobardía e incapacidad de lucha hasta el fin del pueblo alemán.

Hitler unió su destino al de su pueblo alemán, y recién tomada la decisión de suicidarse, arrastró a su pueblo hacia mismo destino. En el momento crucial de ingerir el cianuro Eva le preguntó a Hitler si le iba a doler, y él le explicó que iba a padecer un pequeño temblor y luego moriría; en el caso del dictador, siempre desconfiando de todos, incluso de los que le rodeaban, dudó que el cianuro fuera capaz de causarle la muerte, y sólo lo dejaría en un estado inconsciente, por consiguiente, decidió, en cambio, dispararse con su propia arma.

Stalin quería, a como diera lugar, apoderarse del cuerpo de Hitler, pero sus soldados tuvieron que conformarse con el descubrimiento de los cadáveres de Hitler y su esposa, ya incinerados, y un poco más lejos, en el jardín, los de Goebbels y su mujer, Margarita junto a sus seis hijos, uno de ellos varón, a quien había escrito una carta en que afirmaba que no valía la pena vivir, una vez derrotado el régimen nazi.

La Conferencia de Rendición del ejército alemán fue, francamente, patética: el general Wilhelm Keitel entró a la sala, luego de una espera de varias horas a los quisieron someterlo los vencedores soviéticos. El general alemán entró saludando a los concurrentes y ostentado el bastón de Mariscal, pero reinó el más absoluto silencio. Hizo el último intento de negociar la rendición, y uno de sus asistentes le manifestó que no había nada más que decir, sólo le restaba firmar el documento. El Mariscal pronunció un discurso en que pedía a los aliados que fueran generosos y clementes con los vencidos, provocando la indignación del pleno de los asistentes, aduciendo que no podían olvidar la forma brutal con la cual los alemanes trataban a sus enemigos.

Los alemanes atrasaron lo más posible la rendición confiados en que podrían pasar al Este, donde serían mejor tratados que los rusos. En esa época ya comenzaba la competencia en la URSS y Estados Unidos.