Francisco: El Papa que incomodó al poder y amó al pueblo

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Era el año 2013, cuando decidimos abrir un espacio en nuestro sitio informativo dedicado al Vaticano. Había sido elegido Jorge Mario Bergoglio, “Papa Francisco”. Las primeras reacciones no fueron favorables: se pensaba que sería contraproducente para nuestro trabajo. Pero, “¿Cuándo volveríamos a tener un Papa latinoamericano?” Había sido nombrado un papa transformador.

De Jorge Mario Bergoglio ya se hablaba en el Cónclave de 2005. Fue uno de los más votados, y su decisión personal de declinar la candidatura facilitó la elección de Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI. Ese gesto fue interpretado como un acto de humildad y madurez. Su elección en 2013 no fue la de un outsider: fue la concreción de una historia reconocida dentro del colegio cardenalicio.

En Roma, desde el inicio, Francisco fue criticado por su lenguaje claro, su estilo sencillo y su voluntad de cambio. Muchos vaticanistas quedaron descolocados: no hablaba en códigos, sino en parábolas vivas. Su claridad lo acercó al pueblo y lo alejó de sectores tradicionales que nunca aceptaron su papado. La comparación con Benedicto XVI fue inevitable: el teólogo reservado frente al pastor que pedía a sus sacerdotes: “Salgan a las calles, no usen escritorios, huelan a rebaño”. Las críticas resaltaban su “origen sudamericano” en tono peyorativo. De todo eso él hizo una ventaja poco imitable. ¿Tiene carisma o no lo tiene? ¿Llega a la gente con claridad o no? Ambas cualidades él las tenía, siempre con su mirada seria.

El afecto que generó en la gente fue inmediato. Sus visitas a cárceles, hospitales, campos de refugiados y periferias dieron contenido a su elección. Evitaba el tratamiento preferencial, caminaba con sus zapatos bastante usados. Un domingo, sorprendió a los fieles en la plaza de San Pedro distribuyendo un «regalo»: una medicina, nos dijo. Era una pequeña caja con un rosario y una oración, recomendando su consumo. La reacción fue de fiesta espontánea. Pero entre la alegría, algunos italianos murmuraban: “Esto es populismo”. Así de sorprendente y fuera de tendencia era Francisco: rompía la formal severidad vaticana.

La vida en el Vaticano no es fácil. Ser extranjero en los altos círculos en Italia conlleva intrigas, traiciones, falsedades. Ya es difícil para los italianos; figurarse para quien llega con buenas intenciones a trabajar. Ratzinger, con toda su sabiduría y aplomo alemán, no resistió. Sin comunicarlo previamente, renunció al papado dejando a todos sorprendidos. Dijo que volvería a su Baviera, sin embargo, se quedó impasible, residiendo en el Monasterio Mater Ecclesiae de la Ciudad del Vaticano desde su renuncia en 2013 hasta su fallecimiento el 31 de diciembre de 2022. Por nueve años, convivieron el papa emérito y el papa reinante. Algunos italianos nutren la convicción de que les corresponde por “derecho natural” el papado. Incluso ahora circulan voces sobre cuál debe ser el cardenal italiano que ocupe la Silla de San Pedro.

El papa Francisco vivió en Santa Marta. Durante diez años coexistieron dos figuras tan diferentes en la Santa Sede. Ninguno e ellos quiso utilizar las habitaciones papales. Fue una convivencia silenciosa pero simbólicamente tensa. Aún más al considerar el contraste entre la formación clásica de Ratzinger y el doctorado truncado de Bergoglio. Mientras uno representaba la doctrina, el otro representaba el testimonio. Escuchar a Ratzinger requería más de un vaticanista; a Bergoglio lo comprendía el pueblo. Y eso generaba incomodidad. Las facciones eran inconciliables.

El papa Bergoglio, elegido por su carácter pastoral, imprimió una comunicación nunca vista. Era amable, cercano a la gente, sonriente, pero su mirada era directa, siempre alerta y fija. No se limitó a gestos simbólicos. Renovó el Colegio Cardenalicio con una visión global, incorporando voces del sur y de iglesias olvidadas. Del 5 al 8 de mayo, 135 cardenales elegirán al nuevo Papa, de los cuales 107 han sido nombrados por él. Entre quienes lo ayudaron en esta selección estuvo un obispo norteamericano, radicado en Trujillo, Perú, con ciudadanía peruana: Robert Francis Prevost Martínez. Prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina desde enero de 2023, fue promovido el 6 de febrero de 2025 a la orden de los obispos del Colegio Cardenalicio. Votará en el cónclave.

Francisco fue también implacable con la corrupción interna. Reformó el IOR, pidió cuentas, removió privilegios. Aplicó tolerancia cero frente a los abusos. Durante siete años, el cardenal Giovanni Angelo Becciu estuvo muy cerca del Papa como número dos en la Secretaría de Estado. En septiembre de 2020, tras una conversación personal, el Papa Francisco lo degradó. Becciu fue enjuiciado y sentenciado por especulaciones sobre un palacio del Vaticano en Londres y por desviar fondos de la CEI a una cooperativa familiar. Su rigor le ganó enemigos dentro de la propia curia. El cardenal Becciu ha solicitado su derecho al voto, aunque no aparece en la lista de electores.

Desde su visión sobre la ecología integral hasta la paridad entre hombre y mujer, Francisco impulsó una nueva antropología eclesial. Reconoció el papel vital de la mujer en la transmisión de la vida y en la construcción de la sociedad conyugal. Dio espacio a mujeres laicas y religiosas en altos cargos, como Suor Simona Brambilla, Suor Alessandra Smerilli y Suor Lía Zervino. Apoyó también la creación de la Consulta Femenina del Vaticano, dirigida por el cardenal Gianfranco Ravasi.

Diagnosticó la situación geopolítica con su frase profética: “Estamos en una tercera guerra mundial en pedazos”. Se negó a bendecir guerras y denunció el comercio de armas. Llamó al diálogo en Ucrania, Gaza, Myanmar.

Para muchos latinoamericanos, Francisco también fue una figura ambigua. Sus encuentros con Kirchner, Morales, Maduro y su tibieza frente a Nicaragua dolieron. Su frialdad con Macri y su reciente encuentro con Milei desconcertaron. Pero, ¿debe el Papa, como un superhéroe, resolver lo que nuestras sociedades no pueden? Las divisiones fratricidas en Venezuela, Perú, Chile o Colombia no son obra de Roma. Son heridas internas que solo nuestras naciones pueden sanar. También, Francisco se cuestionó sobre la situación peruana, con tantos presidentes encarcelados. Denunció la corrupción masiva.

El papa Francisco nunca olvidó que era hijo de migrantes italianos en Argentina. Recordaba que su familia en Buenos Aires fue acogida, orientada y formada. Por eso, ante el rechazo actual a los migrantes, repetía: “Yo también habría podido ser un descarte”. Su defensa apasionada de los desplazados era profundamente biográfica. Su primer viaje lo realizó a Lampedusa, donde aún resuena su grito: Nos hemos acostumbrado al sufrimiento ajeno, no nos concierne, no nos interesa, ¡no es asunto nuestro!”

Francisco no buscó agradar a todos. Tampoco se refugió en el dogma ni en la diplomacia. Fue un hombre de carne, de historia, de pueblo. Incomodó al poder. Despertó conciencias. Se ganó odios y amores verdaderos. Hoy, con su partida, nos queda escuchar su legado, dejarnos transformar. Y tal vez, como pueblo, volver a creer que el Evangelio sigue siendo la mejor noticia para este mundo herido y que el Vaticano pide cambios.