Todos nos equivocamos respecto de la votación del Frente Amplio, tanto en las presidenciales, como en las parlamentarias. (Personalmente, no conozco ningún pronóstico o encuesta alguna que dado a la candidata a la presidencia de la república,  Beatriz Sánchez, más de un 15% de la votación, mucho menos un senador y 11 diputados en el Parlamento).

Los electores del Frente Amplio, ahora, decidirán el triunfador de la segunda vuelta. Es evidente que hay diferencias radicales, y muy de fondo por cierto, entre la agónica Nueva Mayoría y ese conglomerado de izquierda – tanto como las hay entre el PSOE y Podemos – y decirse entre votar por Alejandro Guillier y rechazarlo por medio de un voto blanco nulo, bien, abstenerse,  es una papa caliente para el Frente Amplio.

La comparación entre el 20% obtenido por Marco Enríquez-Ominami, en 2009 y el 20% de Beatriz Sánchez, en 2017, tiene muchos elementos diferentes: en primer lugar, la historia siempre es tiempo, y el panorama político actual no es el mismo que el de 2009, pues el anacronismo temporal no tiene valor en la historia.

Marco Enríquez-Ominami fue el Juan Bautista de la izquierda – bautizó a Beatriz Sánchez, que votó por él en las elecciones anteriores  a causa  del baile de la bella  Salomé a Juan Bautista le cortaron la cabeza – el bautista quebró con la Concertación y el duopolio por consiguiente, lo cual le aportó muchos votos de soñadores del cambio.

Beatriz Sánchez “escuchó la de la diosa” que exclamaba, < esta es mi hija muy amada y mi mano izquierda la acariciará como signo de buena fortuna>”.

Ya es lugar común que Enríquez-Ominami, en 2009, era un lobo solitario y, en consecuencia debía explorar caminos nuevos en su travesía por el desierto, y Beatriz Sánchez, del Frente Amplio, tiene una orgánica de la alianza de varios partidos, pero con muchas asperezas que limar; por suerte, el triunfo de ayer es demasiado dulce y favorece la unión, el cariño, empatía y los bríos necesarios para formar un movimiento consistente, que le permita proyectarse en el tiempo. (No puedo resistir la tentación de mirar la realidad en el largo período, pues sería una torpeza quedarme en el día a día).

En primer lugar, desde 2009 a 2017 se ha constituido una fuerza de izquierda que se aproxima al 30%, es decir, existe un tercio de la izquierda, muy diferente a Concertación de Partidos por la Democracia  y a la actual Nueva Mayoría. Si sumamos Jorge Arrate y Marco Enríquez, hay 20% más 9%, es decir, 29%; en la actualidad, si sumáramos los votos de Sánchez, más los de Enríquez, Artés y Navarro, sumaríamos 20%, más 6%, más 1%, daría 27%. (No habrá quien diga que no hay que mezclar peras con manzanas, y que esas alianzas eran y serían muy disímiles, pero de eso se trata <en política, los Savonarola, las Juanas de Arco… sólo sirven como carnada para quemarlos en la hoguera>); las alianzas suponen llegar a acuerdos entre partidos diferentes, de lo contrario, el diálogo se convierte en monólogo, la política en purismo y el “camino propio” es la vía al infierno que, como sabemos, está lleno de obispos y ahora irán los beatos democratacristianos.

No cabe duda de que el 20% y los 12 parlamentarios del Frente amplio han crecido ante el derrumbe de la Nueva Mayoría, sumado a un candidato dubitativo y, no pocas veces confuso, y no se puede negar que el 22,68% de los votos obtenidos por Alejandro Guillier es una derrota dada la corta distancia entre Sánchez y Guillier. Por otra parte, los viudos de Ricardo Lagos representaron poca cosa, y la Concertación pasó a mejor vida y, ahora, están en el infierno, junto con Lily Pérez, Andrés Velasco, los Walker, los Aylwin y los Martínez. Por suerte, no veremos más a los Brunner, a los Correa, los Escalona…

“La izquierda desunida siempre será vencida”. Los grandes éxitos históricos  de los zurdos han sido gracias a la unidad: en los años 38, los Frentes Populares francés, español y chileno; en los 70, con Salvador Allende, en Chile – hay que recordar que la Unidad Popular estaba integrada por partidos  políticos cristianos,  (Mapu y, posteriormente, Izquierda Cristiana; laicos, los radicales; marxistas, los socialistas y los comunistas) -. El mejor modo para denominar a la izquierda es llamarla “las izquierdas” – lo hacían los españoles -, (incluso, lo anarquistas lucharon junto a los republicanos, aunque luego, fueron perseguidos en Barcelona y en Aragón).

Personalmente, me cargan los Savonarola y sus niñitos fanáticos, como también Juana de Arco, que escuchaba voces divinas para guiar a los franceses en las batallas; (ni siquiera cuando yo era democratacristiano, hacia los años 60, me gustó la pechoñería, ni el fanatismo, menos el purismo). No he dejado de criticar nunca a la Concertación y a su sucesora, la Nueva Mayoría, sin embargo, siempre – aunque estas dos combinaciones se hayan derechizado y traicionado los ideales por los cuales votamos por el NO en el Plebiscito de  1988 – el peligro de eventual triunfo de Sebastián Piñera en la segunda vuelta constituye no sólo una regresión, sino también, con el apoyo del fascista José Antonio Kast, una vuelta a la reconquista con  Mariano Osorio,  Marcó del Pont y el torturador San Bruno. De todas maneras postulo a la unidad frente al purismo, aunque esta vez me equivoque.