“El mejor de los mundos posibles”(Leibniz)

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El terremoto de Lisboa, a mediados del siglo XVIII, fue una de las tragedias más devastadoras e impresionantes del Siglo de Las Luces. Cándido, el optimista sempiterno, inspirado en la filosofía de Leibniz, decía ante los ciudadanos aterrados por la catástrofe en Lisboa: “…estamos en el mejor de los mundos posibles”, frase que le valió que lo detuvieran los inquisidores y condenaran a muerte en la hoguera.

En las peores pestes siempre hay “Cándidos” que creen vivir en el mejor de los mundos posibles: en Chile, por ejemplo, Jaime Mañalich cree que el sistema de salud chileno, bajo su mando, (autoritario y metepatas que, en este plano reemplaza con holgura a su jefe, también autoritario y, además, narcisista), es el mejor del mundo y en sus apariciones diarias por televisión sus informes son mejores que las conferencias de Prensa del Presidente, Sebastián Piñera.

En el caso del protagonista, Cándido, de Voltaire, se podría argumentar que el Tribunal de la Inquisición actuó bien, pues protegió a los aterrados ciudadanos de Lisboa del peligroso optimismo de Cándido que aumentaba el terror en vez de apaciguar los ánimos.

En el caso del actual Covid-19 no faltan los “Cándidos” de la izquierda boba que anuncian que, una vez terminada la pandemia y “los muertos hayan enterrado a sus muertos”, se derrumbará el capitalismo y con él el inicuo sistema neoliberal que hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, y agregan que alcanzaremos un mundo más solidario, en que “manará leche y miel”. Qué, históricamente, el capitalismo va a terminar algún día, no cabe la menor duda, pero no a raíz de la peste actual, (a cristianos y marxista nos une la creencia en la parusía, sea en el otro mundo o en el terrenal, respectivamente).

La antítesis de “Cándido” es “Martín”, el pesimista, que, si se encontrara este último personaje de la obra de Voltaire en la actualidad, escribiría que la peste no hace más que mostrar descarnadamente el egoísmo, el egocentrismo y la maldad del ser humano: “Homo homini semper lupus est” (el hombre siempre es lobo para el hombre). Todas las pestes, a través de la historia, despiertan al demonio, el Leviatán, o el “ogro filantrópico” que tiene todo el poder sobre los cuerpos para hacer lo que quiera con ellos y, de esta manera, en el pensamiento de Foucault, la sociedad es más cárcel que nunca, y las órdenes del “Gran Hermano”, de Orwell, no pueden ser discutidas, sino acatadas.