¡Hermanos y hermanas!
Les doy la bienvenida, representantes de los medios de comunicación de todo el mundo. Les agradezco el trabajo que han realizado y realizan en este tiempo, que para la Iglesia es esencialmente un tiempo de gracia.
En el Sermón de la Montaña, Jesús proclamó: «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9).
Es una bienaventuranza que nos interpela a todos y les concierne profundamente, llamando a cada uno al compromiso de impulsar una comunicación diferente, que no busque el consenso a toda costa, que no se vista de palabras agresivas, que no adopte el modelo de la competencia, que nunca separe la búsqueda de la verdad del amor con el que debemos buscarla humildemente. La paz comienza con cada uno de nosotros: con la manera en que miramos a los demás, los escuchamos, hablamos de los demás; y, en este sentido, la forma en que nos comunicamos es fundamental: debemos decir «no» a la guerra de palabras e imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra. Permítanme, pues, reiterar hoy la solidaridad de la Iglesia con los periodistas encarcelados por haber buscado y divulgado la verdad, y pedir su liberación. La Iglesia reconoce en estos testigos —pienso en quienes informan sobre la guerra incluso a costa de sus vidas— la valentía de quienes defienden la dignidad, la justicia y el derecho de los pueblos a estar informados, porque solo los pueblos informados pueden tomar decisiones libres. El sufrimiento de estos periodistas encarcelados interpela la conciencia de las naciones y de la comunidad internacional, instándonos a todos a salvaguardar el preciado bien de la libertad de expresión y de prensa. Gracias, queridos amigos, por su servicio a la verdad. Han estado en Roma estas semanas para contar la historia de la Iglesia, su diversidad y, al mismo tiempo, su unidad. Han acompañado los ritos de la Semana Santa; luego han narrado el dolor por la muerte del Papa Francisco, que, sin embargo, tuvo lugar a la luz de la Pascua. Esa misma fe pascual nos ha introducido en el espíritu del Cónclave, que los ha visto particularmente comprometidos en días agotadores. Y, también en esta ocasión, han logrado narrar la belleza del amor de Cristo que nos une a todos y nos hace un solo pueblo, guiados por el Buen Pastor. Vivimos tiempos difíciles de afrontar y de contar, que representan un desafío para todos nosotros y que no debemos eludir. Al contrario, nos piden a cada uno, en nuestros diferentes roles y servicios, que nunca nos dejemos llevar por la mediocridad. La Iglesia debe aceptar el desafío de los tiempos y, del mismo modo, la comunicación y el periodismo al margen del tiempo y la historia no pueden existir. Como nos recuerda san Agustín, quien dijo: «Vivamos bien y los tiempos serán buenos. Nosotros somos los tiempos» (Discurso 311).
Gracias, por lo que han hecho para liberarse de los estereotipos y clichés, a través de los cuales a menudo leemos la vida cristiana y la vida de la Iglesia misma. Gracias, porque han logrado captar la esencia de lo que somos y transmitirla por todos los medios al mundo entero. Hoy, uno de los desafíos más importantes es promover una comunicación capaz de sacarnos de la «Torre de Babel» en la que a veces nos encontramos, de la confusión de idiomas sin amor, a menudo ideológicos o sesgados. Por lo tanto, su servicio, con las palabras que usan y el estilo que adoptan, es importante. La comunicación, de hecho, no es solo la transmisión de información, sino la creación de una cultura, de entornos humanos y digitales que se conviertan en espacios de diálogo y confrontación. Y considerando la evolución tecnológica, esta misión se vuelve aún más necesaria. Pienso, en particular, en la inteligencia artificial con su inmenso potencial, que requiere, sin embargo, responsabilidad y discernimiento para orientar las herramientas al bien de todos, para que puedan producir beneficios para la humanidad. Y esta responsabilidad concierne a todos, en proporción a la edad y los roles sociales.
Queridos amigos, con el tiempo aprenderemos a conocernos mejor. Hemos vivido —podríamos decir— juntos días verdaderamente especiales. Los hemos compartido con todos los medios de comunicación: televisión, radio, internet, redes sociales. Ojalá cada uno de nosotros pudiera decir de ellos que nos han revelado una pizca del misterio de nuestra humanidad y que nos han dejado un deseo de amor y paz.
Por eso, hoy les repito la invitación del Papa Francisco en su último mensaje para la próxima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales: desarmemos la comunicación de todo prejuicio, rencor, fanatismo y odio; purifiquémosla de la agresión. No necesitamos una comunicación atronadora y muscular, sino una comunicación capaz de escuchar, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y ayudaremos a desarmar la Tierra.
Una comunicación desarmada y desarmante nos permite compartir una visión diferente del mundo y actuar de una manera coherente con nuestra dignidad humana.
Están en primera línea narrando conflictos y esperanzas de paz, situaciones de injusticia y pobreza, y el trabajo silencioso de muchos por un mundo mejor. Por eso les pido que elijan con conciencia y valentía el camino de una comunicación de paz.
Gracias.
¡Que Dios los bendiga! Y adiós.