Europa sale de dudas, pero difícil de liderar

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Las elecciones europeas del 26 de mayo aclaran muchas cosas sobre el respaldo al proyecto comunitario, y abren algunas incertidumbres. No en cuanto a la esencia del proyecto -la plena integración- sino en cuanto a su futuro perfil institucional, y en particular, a cómo se va a gestionar esta nueva etapa, de mayor complejidad interna y externa.

La UE ha salido bien de la duda existencial que la estaba complicando en los últimos años, lo que le permite enfrentar el futuro sin ese peso vital. No está en riesgo de ruptura ni de extinción. Hace tiempo que se disipó el temor al contagio del Brexit, cuestión que más bien ha operado como una vacuna. Que, en el Reino Unido, con una baja participación, haya ganado el partido del Brexit de Farage, nada agrega al grupo de los eurófobos. En Londres ganaron los europeístas del Partido Liberal Demócrata, el Brexit llegó tercero, y en Escocia ganaron los nacionalistas partidarios de permanecer en la UE, que ya anunciaron un referéndum. Además, los eurodiputados británicos son temporales, ya que, a más tardar el 31 de octubre, si no hay un cambio radical, deberán abandonar el PE. Tampoco cuentan demasiado a estos efectos, el estrecho triunfo de Le Pen en Francia (más bien un castigo a Macron que un apoyo al “Francexit”), el resultado en Polonia del ultraconservador Partido Ley y Justicia, con 23 diputados, ya que la Coalición Europeísta aporta un equilibrio. Por su parte, Salvini en Italia, debió moderar su discurso antieuropeo y matizarlo con propuestas por una “Europa diferente”.

El respaldo a la integración europea que surge de este proceso tiene al menos tres elementos. Primero, los partidos ultras y antieuropeos quedan limitados al 25% de la Eurocámara, lejos del tercio que les daría un cierto poder de veto. Segundo, el alza de la participación, 51% de los 425 millones de electores, ocho puntos por sobre la concurrencia del 2015. Tercero, la lectura del momento y del futuro que han hecho los líderes europeos, tanto en su reunión pre-elecciones el 9 de mayo en Sibiu, Rumanía, como en la reciente post-elecciones del 28 de mayo en Bruselas. Nada ha cambiado en su disposición a adoptar las prioridades del documento de estrategia 2019-2024, que será oficialmente aprobado en junio junto con el nombramiento de las próximas autoridades comunitarias (Consejo, Parlamento, Comisión, Banco Central Europeo y Servicio Exterior), ni con respecto a la voluntad política común de la declaración de Sibiu. Ambos textos serán la hoja de ruta futura. (se puede consultar en https://www.consilium.europa.eu/es/meetings/european-council/2019/05/09/).

Pero se augura una difícil gestión, porque hay una redistribución del poder. Los dos bloques europeístas históricos, los demócrata-cristianos del Partido Popular Europeo (PPE) y los socialistas y demócratas (S&D), han ganado estas elecciones, pero perdieron la mayoría absoluta. Deberán contar en serio con los verdes y liberales, que son los que más han crecido y forzarán avances en políticas sociales, medioambientales y ciudadanas.

¿A qué se deberán enfrentar la Eurocámara y las nuevas autoridades? A entrar de lleno en el futuro y asumir un rol en el contexto multilateral frente a China y Estados Unidos. Sobre esto último, el analista Francisco G. Basterra, señala acertadamente que “Europa globalmente boxea por debajo de su peso real”. Los amagos de Trump de restar respaldo a la OTAN, e incluso las dudas internas sobre su utilidad actual, ya levantan la opción de una defensa europea equivalente, para tener un mayor margen de autonomía. Asimismo, deberá competir globalmente en el contexto de la Cuarta Revolución Industrial y el cambio tecnológico, para lo cual necesita fortalecer el crecimiento y el empleo, la protección social, resolver el tema de las pensiones, la seguridad ciudadana y cumplir con los objetivos de desarrollo sostenible y el cambio climático. Casi nada.