El nearshoring se ha consolidado como el pilar de la inversión extranjera en Latinoamérica. De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), este fenómeno generará un incremento potencial de US$ 78,000 millones en exportaciones anuales para la región. Esta cifra no es únicamente un indicador de crecimiento, sino el reflejo de una reconfiguración geopolítica donde la cercanía con Norteamérica se convierte en nuestro activo más valioso frente a la incertidumbre logística global.
México se mantiene a la vanguardia de esta tendencia, proyectando un impacto masivo de US$ 35,278 millones en exportaciones adicionales. Esta dinámica impulsará su Inversión Extranjera Directa (IED) hacia niveles récord de hasta US$ 45,000 millones a finales de 2026. Sectores estratégicos como el de semiconductores y la industria automotriz eléctrica son los que están capitalizando este flujo de capital sin precedentes en el norte del continente.
El resto de Sudamérica también comienza a capturar estos beneficios de manera diferenciada. Brasil lidera el bloque sur con un potencial de US$ 7,844 millones gracias a su matriz de energías verdes, mientras que Argentina y Colombia sumarían US$ 3,915 millones y US$ 2,570 millones respectivamente. En nuestro caso, el Perú tiene una oportunidad de oro para atraer US$ 1,300 millones anuales, vinculando servicios mineros y agroindustria a estas nuevas cadenas de valor.
Sin embargo, para alcanzar estos objetivos en 2026, es necesario cerrar las brechas críticas en infraestructura y seguridad jurídica. La capacidad de puertos y la estabilidad regulatoria serán los factores que determinen si países como el Perú logran materializar su cuota de inversión o si quedan rezagados. El nearshoring es una ventana de oportunidad histórica; aprovecharla depende de nuestra habilidad para transformar estas proyecciones en realidades industriales concretas.








