Y si un dragón naciera: arte, autismo y una nueva mirada desde Brera.

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Cada 2 de abril se celebra el “Dia mundial de Concienciación sobre el Autismo” fue proclamado por las Naciones Unidas en 2007, se apoya en la Resolución (A/RES/62/139). Con el objetivo de aumentar la conciencia pública sobre el autismo y promover la inclusión de las personas con TEA en la sociedad. Ese día podemos ver los edificios iluminados de azul, símbolo internacional del autismo.

Gran parte del siglo XX muchas personas con autismo fueron escondidas en sus casas sin algún estímulo de vida y convivencia. Es, en los años 80-90, gracias a las investigaciones neurocientífica y al concepto de la neurodiversidad que se dio paso a un cambio profundo, hasta consolidarse en el 2000. Según la OMS: 1 de cada 100 niños en el mundo presenta un trastorno del espectro autista, es en Estados Unidos donde se encuentran las cifras más altas 1 de cada 36 niños, esto puede deberse también a un mayor diagnóstico y sensibilidad institucional.

En Europa, de la sensibilidad de pocos se ha llegado a un marco legal y a la Estrategia Nacional sobre el Autismo. Es el caso de Francia, centrada en el diagnóstico temprano, escuela inclusiva y la investigación. Italia tiene la Ley Nacional sobre el Autismo 134/2015 que reconoce los derechos de las personas TEA y promueve su inclusión en todos los ámbitos, aunque su aplicación, varía según sus regiones. En Estados Unidos, es el más avanzado, con un diagnóstico temprano y políticas de apoyo. Tiene una red amplia de centros especializados y programas educativos individualizados en el sistema público. Algo similar sucede en Canadá y en los países nórdicos.

Hace más de un mes que se celebró el Día de la concienciación sobre el autismo, sin embargo, a mitad de mayo revivimos ese sentimiento de maravilla y emotividad hacia personas con otra sensibilidad que nos abre el corazón a una amplia humanidad. Hace bajar del pedestal a muchos y sentirnos todos humanos. Vivimos tiempos que cambian, las apariencias se desmoronan, la autenticidad se impone cada vez con más fuerza. La riqueza de la diversidad maravilla.

Eso sucedió en el Templo del Arte de Milán, cuando los colores superan las palabras, “La Pinacoteca de Brera”, instituida oficialmente por Napoleón Bonaparte en 1809. Esta mañana, en la Biblioteca Nacional Braidense, histórica sede fundada por deseo de María Teresa de Austria en 1776 con finalidad didáctica, situada al lado de la Pinacoteca hacen un “unicum” como sede. La Biblioteca debía constituir una colección de obra ejemplares, destinada a la formación de los estudiantes. En efecto, se expusieron los cuadros de un joven artista autista y se adaptaron perfectamente a siglos de solemnidad estética proponiendo algo más profundo: la emoción pura, el gesto libre, la humanidad sin filtros.

Andrea Antonello, el protagonista de esta exposición, no se expresa con frases articuladas. Él emite sonidos, aplausos súbitos, gestos espontáneos. Pero cuando pinta, su lenguaje explota. Y sus obras, lejos de ser marginales o condescendientes, conmueven desde lo abstracto, como si Malevich o Kandinsky renacieran con un cromosoma más.

En palabras de uno de los participantes: “La música nos conmueve sin mostrar ninguna figura; el arte también puede hacerlo sin decir una palabra.” Así, en ese espacio donde se suelen exponer tratados, teorías y grandes obras, recuerdo una reciente “La Peste” del libro de Alessandro Manzoni, Andrea nos presentó su mundo. Y su mundo habla.

Uno de los momentos más emotivos fue la intervención del actor Paolo Ruffini, quien recordó cómo el arte de Andrea, marcado por su sonrisa permanente, logra comunicar sin pedir permiso. “Cuando pensamos en el Papa Francisco”, dijo, “lo recordamos sonriendo. La sonrisa no es superficialidad; es la parte más bella de la espiritualidad”. Y añadió: “El arte inclusivo es un arte que se acerca, que rompe barreras.”

Ese mensaje recorrió toda la presentación. Desde la biblioteca, hasta la sala de María Teresa donde se expusieron los cuadros de Andrea, el evento fue una declaración de principios: la belleza ya no se mide solo en técnica o trayectoria, sino en capacidad de conmover y construir comunidad. Ese diálogo entre el sentimiento del artista que nos hace conocer su mundo y la tela que plasma ese sentir, para siempre.

El evento fue impulsado por la asociación I Bambini delle Fate, fundada por Franco Antonello, padre de Andrea, quien recordó con firmeza que el corazón no basta: hace falta también estructura.

“Hemos creado 111 proyectos activos en toda Italia, financiados por más de 4.000 empresas. No pedimos donaciones esporádicas: pedimos compromiso constante.”

Los cuadros de Andrea se venden no para su beneficio personal, sino para financiar nuevos proyectos de inclusión. Como dijo su padre, “esos cuadros que hoy valen mil euros, mañana podrían valer diez mil, no por el mercado, sino por el mensaje que llevan.”

La exposición es solo el inicio. De aquí parte un proyecto educativo y artístico titulado “E se un drago nascerà”, que involucrará a 60 personas, niños y adultos con autismo o discapacidad intelectual, en visitas guiadas, talleres creativos y experiencias de museo vividas como segunda casa.

Verónica Cicalò, responsable pedagógica, explicó que no se trata de enseñar técnica, sino de ofrecer un espacio libre donde los participantes puedan expresarse sin miedo al error. “Nos interesa que puedan dejar una huella, aunque sea con el silencio.”

El proyecto es posible gracias a la alianza entre la Pinacoteca de Brera, la asociación L’Abilità, y un conjunto de empresas e instituciones que han entendido que la cultura debe incluir, no excluir. Que el museo debe ser lugar de relación, como lo expresó el Papa Francisco: “El museo concurre a la buena calidad de la vida, creando espacios de cercanía, relaciones y comunidad.”

Este espíritu animó la Muestra. De hecho, hace solo dos meses, esta misma red hizo sonar las voces de niños autistas en los transportes públicos de Milán. Ahora, es el arte el que toma la palabra, con fuerza y dulzura.

Entre los cuadros que más llamaron la atención se encontraba uno de colores vivos, con verdes y rojos en tensión, atravesados por una línea blanca como un hilo conductor de energía. Otro, más suave, en tonos rosados y tierras, parecía contener heridas suturadas con capas de pintura. Cada obra de Andrea lleva la textura de su mundo interior. No son cuadros que se miran de paso; son cuadros que se leen con la piel. Bajo los cuadros aparece una simbología de los colores usados, se puede entender su estado de ánimo.

Uno de los cuadros más impactantes mostraba grandes manchas azules y rojas sobre fondo ocre, como un ave en pleno vuelo o un corazón en movimiento. Las interpretaciones eran libres, y Andrea lo sabía. Lo firmó con sus iniciales —“AA”— y sonrió. No pidió aplausos. Solo estuvo presente ¿entiende el éxito? Si el éxito es abrazos, saludos, él estaba feliz.

Su presencia en Brera no fue una concesión. Fue una señal de los tiempos. Como me dijo alguien al salir: “La diversidad ya no se esconde. Ahora se celebra.”

Y quizá, como soñaron en voz alta los organizadores, de aquí en adelante, «Un dragón nazca». O muchos.

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