Del consumo cotidiano a la economía circular, las charlas del Festival de la Ingeniería en el Politécnico de Milán muestran cómo el agua revela nuestras costumbres, nuestros excesos y nuestras posibilidades de futuro.
Cada año, el Politécnico de Milán, fundado en 1863, abre sus puertas y ofrece un baño de conocimiento de ingeniería a toda la ciudad de Milán, es el Festival Internacional de la Ingeniería. Sus dos sedes: Leonardo y Bovisa tienen un programa cada uno más interesante dividido para jovenes, niños, adultos, además de las Conferencia divulgativas. 
Parte 1 — “Somos siempre aguas abajo”
Esta Conferencia divulgativa fue dictada por el profesor Andrea Turolla, del Dipartimento di Ingegneria Civile e Ambientale (DICA) del Politecnico de Milán, quien acaba de regresar de una país africano, pues además realiza proyectos de cooperación. Precisamente partiendo de esta experiencia nos hizo comprender los afortunados que somos en tener agua en nuestras casas, poder comer los alimentos sin grandes preocupaciones, tomar un baño. Recordó una regla africana «pela y cocina, sino no lo comas» una ensalada, es mejor no consumirla.
Sin embargo, en el mundo nos enfrentamos a la sequía, por otro lado las aguas residuales han sido vistas durante siglos como un problema que esconder, enterrar o descargar río abajo. Pero en un mundo que enfrenta sequías, contaminación y sobreexplotación de recursos, ya no basta con “quitar lo sucio”. El agua que usamos —y desechamos— revela tanto sobre nuestra forma de vivir como sobre el futuro que elegimos.
La naturaleza enseña: todo es circular
El primer gran mensaje es sencillo y radical: la naturaleza no desperdicia. Los ecosistemas sobreviven porque son circulares: lo que sobra a unos es alimento para otros. Si nuestras ciudades duran en el tiempo, es porque logran imitar —aunque imperfectamente— esa lógica. Nosotros somos parte de ese sistema, pero no estamos en el primer lugar y tampoco duramos tanto, somos una especie que dura poco.
La pandemia nos recordó hasta qué punto somos parte de esa trama. Un virus como el SARS-CoV-2 no sobreviviría sin un huésped. Mutó, se adaptó y nos obligó a aprender: lo mismo ocurre con los ciclos del agua. Nunca somos “los primeros en la cadena”; siempre recibimos algo ya usado por otros.
Vivir siempre aguas abajo
La ciudad de Ferrara lo sabe bien: su agua potable proviene del río Po, un río que recoge la huella de miles de ciudades y actividades antes de llegar a ella. Cada gota encierra rastros de lo que otros dejaron río arriba.
Milán, la Lombardia, en cambio, vive gracias a un regalo geológico: acuíferos protegidos por “lentes de arcilla” que filtran naturalmente lo que ocurre en la superficie. La ciudad bebe de capas subterráneas más profundas, más limpias, aunque la sobreexplotación y la contaminación del pasado todavía pesan. Sus aguas llegan de los Alpes.
El recordatorio es claro: somos siempre aguas abajo de alguien. Lo que cada comunidad descarga regresa, tarde o temprano, en el vaso de otra.
No obstante el uso del agua para el consumo diario que no es poco, la mayor parte del agua, el 70%, va a la agricultura, producir un bife de carne de res seguramente requiere una mayor cantidad de agua.

La seguridad cotidiana: mito y realidad
No toda “agua fea” es peligrosa, y no toda agua clara es segura. El agua sucia de cada ciudad habla de sus habitantes. La Lombardia tiene 17 instalaciones de control del agua residual. Uno de ellos se encuentra en el aeropuerto Malpensa, un modo de controlar los virus que hacen su ingreso a la ciudad incluída la SARS.
¿Es segura el agua de Milán? el prof. Turolla nos asegura que sí, aunque aconseja tener en consideración que el sabor metálico de una tubería vieja o el olor pasajero del cloro no son sinónimo de riesgo. En cambio, lo que sí exige atención es la gestión doméstica:
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Tras unas vacaciones, se debe abrir la ducha y dejar correr el agua evita la proliferación de legionella, que no está en el agua, es una bacteria que prospera en estancamientos cálidos.
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No verter medicamentos por el desagüe: muchos principios activos viajan hasta ríos y acuíferos, afectando hormonas en peces y desequilibrando ecosistemas.
La calidad del agua comienza en los sistemas públicos, pero también en la responsabilidad ciudadana.
Agua visible y agua oculta
Cada persona en Europa consume de media 250 litros diarios de agua “visible”: duchas, cocinas, lavadoras. Pero la verdadera presión está en el “agua virtual”: la que se esconde detrás de cada producto.
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Un kilo de carne de res requiere hasta 15.000 litros de agua entre pastos, riego y procesamiento.
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La soja, que alimenta a nuestro ganado, suele crecer en tierras deforestadas lejos de Europa: nuestros filetes o lácteos mueven agua y bosques a miles de kilómetros.
Así, lo que parece un problema “doméstico” conecta con cadenas globales de producción y consumo. Por ejemplo la exportación de Brasil a Europa, a Italia es la soja, alimento para las vacas. Una
Recuadro práctico
Cinco gestos ciudadanos que cambian el ciclo
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Dejar correr la ducha tras ausencias para evitar legionella.
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No verter fármacos al desagüe: llevarlos a puntos de recogida.
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Optar por dietas menos intensivas en agua (más legumbres, menos carne roja).
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Revisar fugas domésticas: un grifo goteando desperdicia hasta 30 litros/día.
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Elegir productos con menor huella hídrica y apoyar políticas de rehuso seguro.

Cómo se depuran las aguas residuales
El profesor Andrea Turolla explicó que las aguas usadas no desaparecen: entran en un ciclo de depuración que combina tecnología y naturaleza. Los grandes tanques de los depuradores funcionan como “vientres artificiales”: allí crecen bacterias que se alimentan de nuestros desechos y, al hacerlo, limpian el agua.
Es un proceso simbiótico: para nosotros son residuos, para los microorganismos es alimento. Se les inyecta oxígeno, como si respiraran, y poco a poco transforman la materia orgánica en lodos llamados fanghi di depurazione.

Estos lodos, sin embargo, son un desafío: contienen no solo nutrientes recuperables como nitrógeno, fósforo y potasio, esenciales para la agricultura, sino también microplásticos, metales pesados y restos de fármacos. Por eso la investigación actual busca convertirlos en una oportunidad: producir biogás, generar energía o extraer fertilizantes de forma segura.
El mensaje fue claro: la depuración no es solo un proceso técnico, es también una decisión política y cultural. Convertir “aguas sucias” en recursos renovables es una pieza clave para un futuro sostenible.
Estos fangos, lejos de ser un desecho sin valor, pueden producir biogás mediante fermentación y convertirse en energía.
Pero la verdadera innovación está en ver los desechos como recursos. Un ejemplo sorprendente: la orina humana. Rica en nitrógeno, fósforo y otros nutrientes, podría emplearse como fertilizante natural para las plantas, siempre que se trate de forma adecuada. Separada de las aguas grises y procesada, puede devolver al suelo nutrientes valiosos y reducir la dependencia de fertilizantes industriales.
El reto es que la orina también contiene restos de medicamentos (analgésicos, antibióticos, hormonas) que, sin tratamiento, alteran los ecosistemas acuáticos y hasta el equilibrio hormonal de los peces. Investigar cómo neutralizar estos compuestos abre una línea prometedora para la economía circular del agua.
Cierre
La historia del agua comienza en cada casa y termina en cada río. Pero no hay un “afuera” donde mandar lo que sobra: todo vuelve, filtrado, transformado o amplificado. Ser conscientes de que estamos siempre aguas abajo es el primer paso para transformar una amenaza invisible en una oportunidad de futuro.
La sequía es un problema en toda Europa. En Italia, la cantidad de agua que cae es la misma que cae en Inglaterra, si en este último país casi todos los días llueve, en Sicilia no llueve todos los días y cuando llueve acaba generando destrozos en los bienes, en la agricultura. Problemas que encontrarán poco a poco su solución. Así como el descongelamiento de los Alpes está en proceso como están en descongelamiento los Andes. Es el Cambio Climático.








