Estados Unidos y Europa recorren actualmente caminos económicos opuestos en el 2025. Mientras la economía estadounidense crece a un nivel del 2.8%, respaldada por un consumo interno robusto, la Eurozona avanza a un ritmo pequeño del 0.9%, originado por la incertidumbre geopolítica y la contracción industrial. Esta brecha se refleja en sus políticas monetarias: la Reserva Federal de los Estados Unidos de Norteamérica (FED), mantiene tasas altas de 4.25%, para combatir una inflación de alrededor del 2.7%, mientras el Banco Central Europeo (BCE) tiene una tasa de 2.15%, ante el fantasma del estancamiento y un desempleo del 6.2%.
Para América Latina, esta divergencia redefine el tablero comercial. Los aranceles de Trump del 10% global y del 30% a la UE ya impactan las exportaciones regionales: México sufre reducciones en su manufactura, -0.2% en empleo según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), mientras que Brasil ve amenazadas sus ventas de minerales a Europa. Simultáneamente, la debilidad europea reduce la demanda de commodities, afectando el valor del cobre en 3.81% en julio, dañando a Chile y Perú, cuyas economías dependen de este metal.
Los flujos de capital revelan otra vulnerabilidad. La tasa de interés de la FED, es significativamente más alta que la del BCE, atrae inversiones hacia bonos estadounidenses. Este fenómeno explica la depreciación del sol peruano (-1.5% en julio) y el encarecimiento de la deuda externa en economías frágiles como Argentina, donde los bonos superan rendimientos del 14%.
Si la guerra comercial continúa, América Latina enfrentará más riesgos. El 45% de los insumos industriales mexicanos contienen componentes europeos, según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) su encarecimiento paralizaría cadenas productivas. Proyectos mineros y energéticos financiados por empresas europeas podrían suspenderse, mientras las monedas regionales oscilarían entre un dólar fuerte y un euro debilitado. Esta tormenta perfecta ahondaría la desaceleración.
En esta situación urge diversificar mercados hacia Asia con acuerdos con la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental (ASEAN), para industrializar materias primas, transformando el cobre en cables en el Perú o litio en baterías en Argentina y fortalecer los Bancos Centrales con reservas robustas como es el caso del Banco Central de Reserva del Perú que mantiene el 34% del Producto Bruto Interno. La divergencia transatlántica no es solo una sombra: es un llamado a construir un proceso de adaptación ante la actual incertidumbre.