Otra, es la gestión del poder

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Este miércoles 28 de julio, los peruanos celebraremos el Bicentenario. El viernes 23 de julio fue proclamado Pedro Castillo presidente del Perú, le fueron entregadas sus credenciales de la mano de Salas Arenas, presidente del Jurado Nacional de Elecciones. Pedro Castillo, subido de peso, conciliador, agradeció “muchísimo” la labor de Salas Arenas, así como exaltó la limpieza de las elecciones asegurando no guardar ningún rencor por el retardo de su proclamación. Ante la evidente dividida gobernabilidad llamó a todos los peruanos para construir un “país mas humano”, asegurando no “defraudar” pues serán “responsables en convocar a las personas idóneas y comprometidas en realizar un trabajo con lealtad” con miras a “gestar el verdadero modelo peruano” rechazando rotundamente que vayan a traer algunos modelos de otros países, declarando “no somos chavistas, no somos comunistas, no somos extremistas menos somos terroristas, vamos a combatir el terrorismo venga de donde venga”.  Un discurso corto que también apuntaba a tocar las teclas sentimentales de la trillada pobreza y diferencias sociales peruanas.

Este 28 de julio, entenderemos mejor cuál es el Castillo-concept de qué son y cuál es su programa.

Quién sí tiene las ideas claras es Vladimir Cerrón, una mezcla de portavoz, jefe de mesa de partes, quien actúa como presidente elaborando el gabinete ministerial, es el dueño del partido “Perú Libre”. Precisamente, en la puerta de su sede informó quien se encargaría de la transferencia en el Ministerio de Vivienda así como la propuesta de su partido al cargo de primer ministro: Roger Najar. Una persona con discutible pasado político y preocupante moralidad. Cuán distante quedan las declaraciones del hoy presidente Castillo cuando declaraba “el señor Cerrón está impedido judicialmente y no lo van a ver ni siquiera de portero en ninguna de las instituciones del Estado”. Vladimir Cerrón, formado en Cuba, pasa por alto a todos, normas, instituciones y personas, incluido Castillo, en particular a este último porque el buen maestro Castillo está perdido ante el aparato estatal y no sólo.   

En la juramentación de los Congresistas, este viernes 24, se lució Cerrón, la componente ególatra de su carácter, sentirse arriba de las partes e invencible gustando el poder reflejo, su indiscutible triunfo, lo iluminaba, se sentía el perno de la fiesta. Luego, reunido con su partido declaró “bloquearán muchos proyectos para el cambio. Seguro bloquearán la Mesa Directiva de Perú Libre. Y la asamblea constituyente que no van a aprobar. Pero eso es el Parlamento oficial. Con ningún parlamento oficial se hace una revolución. La revolución se hace con el Parlamento extraoficial, con las organizaciones, el pueblo, municipios, gobiernos regionales. Ese es el parlamento que organiza el cambio. No es otro”, aquí tenemos al peligroso cubanoide Vladimir Cerrón.

Dos personalidades, una subalterna porque su condición intelectual lo determina pero con una gran cualidad: tiene conciencia del peligro, siente los límites, cosa que adolece Cerrón, en quien puede más su ego y sus deseos de grandeza, sentirse omnipotente. ¿Surgirá la envidia? Seguramente, ver encumbrado a su representante ante su imposibilidad de ser candidato en cualquier cargo público por haber sido sentenciado por corrupción, maniobrar cargos a favor de otros esperando reconocimientos y él no poder ejercer siquiera un viceministerio,  ocupar una embajada, lo debe volver verde de envidia. ¿Cuánto resistirán?

Se sabe, la gestión de un poder del Estado es uno, ni un matrimonio, caso Humala-Heredia, resistió a la división del poder, hoy, ambos están siendo procesados. Esta pareja Cerrón-Castillo donde uno, por ahora es la cabeza, y el otro es la imagen, corren el riesgo de dividirse, pelearse, poniendo en riesgo la gobernabilidad del país, en pleno Bicentenario. Castillo, ha sido exhortado a separarse de Cerrón, cosa que no puede o no lo dejan poder, declara intenciones pero luego están juntos adictivamente y Cerrón domina la escena. La convicción de Cerrón en hacer la revolución, al parecer, no es la convicción de Castillo. Corren el riesgo de dividirse malamente. Una cosa es unir fuerzas para llegar al objetivo, otra, es la gestión del poder.