El salario mínimo, o remuneración mínima vital (RMV), es un elemento fundamental en la protección del poder adquisitivo de los trabajadores y en la configuración del mercado laboral en toda Latinoamérica. La comparación internacional revela una variabilidad significativa en los niveles de salario mínimo en la región, con Uruguay a la cabeza con un salario mínimo de US$ 569, seguido por Chile con US$ 474 y Ecuador con US$ 460.
La fijación del salario mínimo plantea desafíos complejos, ya que se debe equilibrar la protección de los trabajadores con la promoción de la competitividad y el empleo. Mientras que países como Uruguay y Chile tienen salarios mínimos relativamente altos en comparación con otros países de la región, como Argentina, cuyo salario mínimo es de US$ 145, existe una variación considerable que refleja las distintas realidades económicas y sociales de cada país.
La relación entre el salario mínimo y la informalidad laboral es un tema de suma importancia y debate en la región de América Latina. Si bien un salario mínimo alto puede proporcionar protección a los trabajadores, también puede generar efectos adversos, como el aumento del desempleo y la informalidad. Países como México con US$ 438 y Brasil con US$ 284 enfrentan el desafío de encontrar un equilibrio entre la protección de los trabajadores y la futura viabilidad económica de las empresas.
En medio de este contexto, es crucial que los países de la región adopten políticas laborales que fomenten un crecimiento inclusivo y sostenible. Esto puede implicar no solo la revisión periódica del salario mínimo para asegurar su adecuación al costo de vida, sino también la implementación de medidas complementarias para mejorar la formalización del empleo y fortalecer la protección social de los trabajadores vulnerables.









