Las críticas hacia el camino que ha seguido la integración en América Latina no son nuevas y han provenido desde diversos sectores. Por ejemplo, en 2009, el entonces candidato del Frente Amplio a la presidencia de Uruguay, José Mujica, sostuvo que el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) andaba  “rengo y a la miseria”. Asimismo,  en la víspera de la Cumbre Iberoamericana de 2011, el Presidente Sebastián Piñera señalaba que “nuestro continente todavía tiene muchas instituciones, muchas organizaciones, pero poca integración real. Como Presidente, a uno lo invitan a las cumbres, y yo digo que no parecen cumbres, ya parecen cordilleras».

El 18 abril de este año, los gobiernos de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Paraguay y Perú remitieron un comunicado a Bolivia, en su calidad de nueva Presidencia Pro Témpore de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), dando a conocer su “…extrema disconformidad con la situación por la que atraviesa la Unión”,  decidiendo no participar en las distintas instancias de dicha entidad regional, hasta que se aprecien “resultados concretos que garanticen el funcionamiento adecuado de la organización”. Lo anterior es el resultado de la virtual parálisis político-administrativa que aqueja a la UNASUR, ante las dificultades de consensuar un sucesor de Ernesto Samper, anterior Secretario General de la instancia.

Sin embargo, en el fondo, los cuestionamientos recién explicitados dan cuenta de críticas metodológicas, pero no posiciones contrarias a la integración en sí misma. Se dirigen al modo en que se desenvuelve la integración regional, al exceso de retórica y a la sobre-oferta de mecanismos de integración regional, muchas veces superpuestos, pero con pocos logros tangibles. Pero no está en entredicho la necesidad de la integración regional.

Asistimos a un sistema internacional con relevantes atributos de multipolarismo, donde el peso de la región dependerá de su accionar colectivo. Asimismo, la magnitud de los desafíos que impone la interdependencia global y regional, exige de visiones y estrategias coordinadas. Las soluciones autárquicas no son una opción ante temáticas tan complejas como la lucha contra el crimen organizado transnacional, el desarrollo energético, la infraestructura regional, las migraciones y los temas de defensa, entre muchos otros.

Date: June 19, 2017
Place: Cancun, Quintana Roo, Mexico
Credit: Juan Manuel Herrera/OAS

Al momento en que se escriben estas líneas, la ex Canciller ecuatoriana y futura Presidenta del 73° periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, María Fernanda Espinosa, se encuentra empeñada en relanzar la UNASUR. Parece un intento promisorio. El nuevo contexto político que vive la región, así como el peso que ha cobrado la agenda interna de Brasil –el líder natural de la integración sudamericana- en desmedro de su política exterior, dan cuenta de la necesidad de avanzar en la configuración de nuevos liderazgos colectivos. Junto a ello, se requiere abandonar las visiones tradicionales y voluntaristas sobre la región, que impiden la generación de acuerdos, avanzando con una óptica pragmática y desideologizada que, en última instancia, replantee la integración tal cual se ha venido construyendo hasta ahora, lo que necesariamente requiere de una reflexión metodológica sobre la integración, donde el tema institucional (que permita que el proceso no dependa de los gobiernos de turno) y las decisiones por consenso deben estar al centro de las discusiones.

La integración no necesariamente es un camino progresivo y ascendente. Más bien, se trata de un camino sinuoso y paulatino, que da cuenta de retrocesos y avances. La integración puede estar pasando por un periodo de crisis, pero de seguro transitoria. La interdependencia regional es una ruta sin retorno, ante lo cual la discusión no debe centrarse en el porqué trabajar juntos, sino en torno al cómo. En otras palabras, la integración regional no es una opción, sino una necesidad.

Si la región quiere tener una voz en el mundo actual, no puede adoptar una posición pasiva y fragmentada. Desde luego, lo anterior exige como condición básica el fortalecimiento de la democracia y el Estado de Derecho. Las turbulencias que se presentan actualmente en la región se relacionan directamente con la existencia de líderes populistas que, buscando apoyo político interno, no trepidan en buscar enemigos externos, para lo cual tampoco dudan en movilizar a la opinión pública, contando usualmente con el apoyo de la prensa. No se debe olvidar que democracia e integración regional siempre van de la mano.

Para que América del Sur -o América Latina, si México incrementa su protagonismo ante un Brasil que se vuelca hacia dentro- se constituya en un actor global, es necesario, en suma, avanzar en la concertación y el desarrollo de sociedades plenamente abiertas y plurales, que se constituyan en la base de un comportamiento internacional estable y cooperativo, propendiendo a un proceso creciente de institucionalización, que no reste flexibilidad a una región marcada por la diversidad. Sólo de este modo la región podrá contribuir más efectivamente a un mundo más estable y seguro, así como coherente con sus intereses de bienestar y desarrollo.