Sería imposible mencionar un apellido o en general una palabra que cause más emociones encontradas, controversia, fanatismo y enfrentamiento entre los peruanos de los últimos 50 años que “Fujimori”. Este apellido difícilmente provocará indiferencia, ya que sólo escucharlo puede causar sentimientos de odio o admiración entre los peruanos, dependiendo de las circunstancias de cada ciudadano durante y después del gobierno de Alberto Fujimori y durante la carrera política de su hija Keiko.
Mi primer contacto con la vida política de mi país, fue hasta cierto punto traumático. Era el 3 de octubre de 1968, tenía 10 años y por primera vez veía a mi madre llorar, mi padre acababa de decirle que el gobierno del presidente Fernando Belaunde había sido derrocado por el golpe militar, encabezado por el comunista General Juan Velasco Alvarado.
Fueron años duros para mi familia, ya que la dictadura de Velasco se ensañó especialmente con los hacendados. Durante su gobierno nuestras prósperas haciendas fueron expropiadas sin pago alguno, se perdieron las tierras y la agroindustria que poseíamos, pero las deudas permanecieron a cargo nuestro, por lo que la mansión de la abuela y los edificios que la familia poseía se perdieron también. No debería quejarme, porque en realidad el cambio no fue muy grande ya que continuamos con la vida de la clase media acomodada de Miraflores, gracias al trabajo de mi padre como ingeniero civil.
La revolución de Velasco resultó ser un fracaso monumental que produjo medio siglo de atraso para el país. La industria, la banca y el comercio se redujeron a la mínima expresión. La industria pesquera, antes líder mundial, se convirtió en pesca artesanal. La poca o nula preparación de los campesinos, ahora propietarios, produjo la quiebra estrepitosa del agro nacional, dejamos de ser un país agrícola. Lo malo es que tampoco éramos un país industrial, ya no éramos agrícolas ni pesqueros, estábamos en la nada.
Los dirigentes de las cooperativas agrícolas lograron un relativo bienestar, pero la masa de campesinos se empobreció de manera apabullante y muchos de ellos terminaron convirtiéndose en mendigos, lo que los obligó a dejar el campo y emigrar a las ciudades. Fue un excelente caldo de cultivo para lo que vendría después.
Los años de universidad me sacaron de la confortable burbuja en que vivía y me pusieron en contacto con el resto del Perú. Durante mis 6 años en la universidad, conocí y trabé una buena amistad con estudiantes de todos los estratos de la sociedad y de distintas ciudades del país, que es algo que valoro profundamente.
Me llamaron particularmente la atención los grupos de activistas políticos que virulentamente llamaban a la lucha armada, incitando a la revolución violenta que reivindicaba los medios de producción y el manejo del país en favor de la dictadura del proletariado. Es decir, ellos rechazaban la dictadura militar, pero apoyaban la dictadura del proletariado; mi cabeza de abogado en formación no entendía por qué tendríamos que dejar una dictadura para caer en otra.
Los grupos más llamativos y violentos eran los conformados por el “Movimiento Revolucionario Túpac Amaru” y otro que decía llamarse “El Sendero Luminoso de Mariátegui”. Pocos años después, algunos de aquellos estudiantes activistas se convertirían en miembros de los sanguinarios grupos terroristas conocidos como “Sendero Luminoso” y “MRTA”.
La quiebra generalizada ocasionó que poco antes de cumplir 7 años de gobierno, es decir en 1975, el general Velasco fuera expulsado del cargo por el nuevo presidente de facto, el General Francisco Morales Bermúdez, quien formó un nuevo gobierno, menos opresivo que el de Velasco y anunció que su objetivo era devolver el manejo del país a la sociedad civil, lo que ocurrió el 28 de julio de 1980, cuando el derrocado Fernando Belaunde, que había ganado las elecciones, inicio su segundo gobierno.

Los gobiernos de Belaunde y García, vieron el rápido crecimiento en los ataques terroristas de los grupos que se gestaron en las universidades durante el gobierno militar. Adicionalmente, el gobierno de Alan García se caracterizó por el caos generalizado, la quiebra financiera, la híper inflación y por supuesto el dominante rol que iban tomando los movimientos terroristas, que a través de su destructivo accionar estaban a punto de tomar el control del país.

En 1980, Sendero Luminoso inició sus primeros ataques. Su comandante en jefe era el arequipeño Abimael Guzmán, un marxista/leninista/maoísta, gran admirador y emulador del líder camboyano Pol Pot, quien planeaba asesinar a todos quienes se interpusieran en su camino de terror. Siendo profesor de filosofía de la Universidad San Cristóbal de Huamanga de Ayacucho, usó las facilidades de la universidad para poner en marcha su plan.
Dos años después, en 1982, aparece en escena el MRTA, liderado por los marxista/leninistas Néstor Cerpa, Víctor Polay y Jorge Talledo. Este último murió al inicio de las actividades terroristas, durante un asalto, al ser baleado accidentalmente por sus propios compañeros.
El impacto del terrorismo en la sociedad y economía peruanas fue inmenso, los asesinatos y ejecuciones en la zona rural aterrorizaron a los campesinos. Los asesinos coches bomba que estallaban diariamente en todas las ciudades, sembraron el pánico en los ciudadanos de la zona urbana. El agro y las empresas mineras, que no tuvieran recursos para contratar su propia protección armada fueron abandonados por completo. Además, practicaban el asesinato selectivo de policías, militares, prostitutas, homosexuales, periodistas, gerentes de bancos y funcionarios estatales. Las bombas que estallaban en cines y teatros ocasionaron el cierre de las actividades culturales. El toque de queda se impuso en las ciudades y el país vivía en un estado de zozobra generalizada.
Para hacer las cosas peor, la situación se agravaba por el desastroso gobierno de Alan García, cuyas medidas económicas, populismo desmedido, política de expropiación de la banca y control cambiario habían llevado a la economía a un estado de agonía. Fue en ese escenario, que Alberto Fujimori, un ingeniero agrícola, ex rector de la Universidad Nacional Agraria, desafiando todos los cálculos derrotó a Mario Vargas Llosa y se hizo presidente del Perú en las elecciones generales de 1990.
Cualquier artículo, estudio o libro que pretenda explicar la problemática del gobierno de Fujimori y no considere el papel de Vladimiro Montesinos será desinformativo, incompleto, vago o equívoco.
Cuando Fujimori llegó al poder, no tenía la menor idea de lo que debía hacer. Habiendo sido un niño pobre, hijo de inmigrantes japoneses, su gran objetivo era convertirse en senador de la república. Fue la aversión provocada por la arrogancia de Vargas Llosa y la ostentación de lujos y recursos que desplegó la campaña de su partido, el Fredemo (Frente Democrático), lo que lo apartó del supuestamente fácil camino a la presidencia, catapultando a esa posición a Fujimori, ante los ojos incrédulos e indignados de la clase dominante peruana.
En un principio, el rechazo y falta de respeto que le mostraron la alta cúpula militar lo dejaron atónito. La democracia peruana era frágil y los líderes militares amenazaban con un golpe militar, ya que ser gobernados por un “asiático” les resultaba intolerable. Fujimori tenía serias y evidentes dificultades para hablar en público y en un principio su asesor, Hernando De Soto, tuvo que reemplazarlo. Era algo patético, ya que el presidente parecía aterrorizado. Vladimiro Montesinos, que es un ex militar y ex nexo de la CIA apareció en escena en ese momento, para actuar como contacto y negociador entre el presidente y los militares de alto rango.
En ésa época, el peor problema del Perú era el terrorismo, porque de éste se derivaba la zozobra de todos los sectores productivos. Los fondos que provenían del narcotráfico, proporcionaban al terrorismo muchísimos millones de dólares, a cambio de protección y vigilancia en sus operaciones de producción de droga y despegue de aviones. Las ágiles y activas células de aniquilamiento terroristas estaban distribuidas por todo el territorio nacional.

Desde el primer momento, Montesinos, que era un genio del mal, se dio cuenta que la única forma de derrotar al terrorismo, era quitándoles la inmensa fuente de financiamiento que poseían. Entonces, pactó con los narcotraficantes y acordaron que sería el mismo ejército peruano el que los protegería en sus operaciones. Y así fue que, durante el gobierno de Fujimori, el ejército peruano estuvo a cargo de proteger y vigilar las operaciones del narcotráfico.
Montesinos y los militares recibían cientos de millones de dólares y los narcotraficantes no tenían que esconderse de nadie. Era plata sucia que había que hacer circular rápidamente, entonces el poder de Montesinos se volvió ilimitado. Las vacas flacas les llegaron a los terroristas, que se quedaron sin fondos y empezaron a perder la guerra con el Estado, que en pocos años los aplastó.
Fueron los tiempos del cruento conflicto interno que duró entre 1980 y 1992, en los que miles perdieron la vida en el campo y en las ciudades, tanto como consecuencia de los atentados y ataques terroristas, como por la acción represiva del ejército, que tenía como misión desarmar las células terroristas perfectamente organizadas y entrenadas.
Gran parte de los peruanos ignoran que no fue durante el gobierno de Fujimori, sino en el del muy democrático presidente Belaunde donde más campesinos murieron a causa de los enfrentamientos con el ejército. En efecto, durante el segundo gobierno de Belaunde, el Perú fue el país del mundo donde más desapariciones de campesinos hubieron, desplazando a Guatemala, Irán y China.
Para todos es conocido lo ocurrido en los crímenes de Barrios Altos y La Cantuta, pero muy pocos recuerdan las matanzas de Socos, Umasi, Putis y la terrible masacre que extinguió la tribu nativa Mayoruna.
La masacre de Socos, Ayacucho tuvo lugar en noviembre de 1983, cuando 34 campesinos fueron ejecutados extrajudicialmente. (1)
En ese mismo mes en Umasi, Ayacucho, 55 comuneros del distrito de Rajca fueron asesinados y sepultados por miembros de las fuerzas armadas. (2)
En diciembre de 1984 en Putis, Ayacucho, 123 campesinos fueron asesinados y sepultados, previamente los habían obligado a cavar su propia tumba diciéndoles que se trataba de una fosa para piscicultura. (3)
Antes, en 1964, durante el primer gobierno de Belaunde, había tenido lugar la masacre de los nativos de la tribu selvática Mayoruna, quienes fueron bombardeados por la fuerza aérea y ametrallados por el ejército peruano. (4)
En ninguno de los gobiernos de Belaunde, se resaltó lo suficiente la gravedad de esos hechos macabros y la reputación de patriarca de la democracia del presidente nunca se enlodó.
El 14 de agosto de 1985, recién inaugurado el primer mandato del presidente García, tuvo lugar la horrenda masacre en la que miembros del ejército ejecutaron a 49 campesinos en el poblado de Accomarca, Ayacucho.(5)

Lo anterior es solo una pequeña muestra de lo que ocurrió en gobiernos que precedieron al de Fujimori y ello no implica que los errores y crímenes del pasado aminoran la gravedad de los que se cometen posteriormente.
Mi intención al mencionar algunos de estos lamentables hechos, es destruir el mito que insiste en que la violación de los derechos humanos en el Perú nació con el gobierno de Fujimori. Es un hecho que sus antecesores hubieran corrido la misma suerte que él, de ser encarcelados, si se les hubiera medido con la misma vara.

En 1992, con la captura de los líderes Abimael Guzmán de Sendero Luminoso y Víctor Polay del MRTA, quienes llamaron a terminar la lucha armada, se concedió que el gobierno del Perú había triunfado en la lucha contra el terrorismo.
Una gran parte de sus detractores reconocen que el gobierno de Fujimori tuvo el efecto de una auténtica revolución social y económica, con una magnitud que nadie pudo sospechar. En 1993, con la aprobación de un referéndum nacional, se cambió la anterior constitución de corte socialista, por una de apertura a los capitales globales, que le permitió implementar un modelo económico neo liberal que promovió el flujo masivo de inversiones en el Perú y logró un crecimiento que nunca se pensó que el país podría alcanzar. La derrota del terrorismo y el encarcelamiento de los líderes terroristas permitieron que todas las energías del país se dedicaran a su desarrollo. (sigue mañana)