El discurso del rey
Santísimo Padre,

¡Qué alegría recibirlo aquí entre nosotros, casi treinta años después de la visita del Papa
Juan Pablo II !

Su misión apostólica heredada de san Pedro forma parte de la gran tradición cristiana. También es un reflejo de su eminente personalidad. Conscientes de los tormentos de nuestro mundo, usted ha hecho de la lucha contra todas las formas de injusticia el centro de su vocación. Sus palabras, sus reflexiones y sus gestos llevan esperanza y luz a las periferias de la gran familia humana. Su reciente viaje al Sudeste Asiático lo ilustra.

Dirige una palabra de vida a toda la humanidad, llegando a los pueblos más pobres, más lejanos, a los más afectados por el cambio climático y las guerras olvidadas.

Apoyamos sus esfuerzos, porque sólo la paz permite el desarrollo, la educación, la atención y la justicia social.

Santísimo Padre, usted ha denunciado con intransigencia la tragedia sin nombre de los abusos sexuales cometidos en el seno de la institución eclesial. Ustedes tomaron medidas concretas para combatir esta abominable violencia. Los niños quedaron horriblemente magullados y marcados de por vida. Lo mismo ocurre con las víctimas de adopción forzada.

Tomó mucho tiempo para que sus gritos fueran escuchados y reconocidos. Fue necesario mucho tiempo para buscar formas de “reparar” lo irreparable. Conocemos los esfuerzos de la Iglesia belga para trabajar en esta dirección, esfuerzos que deben continuar con determinación e incansablemente.

Su vida y su acción están puestas bajo el signo de la entrega de sí. Trabaja incansablemente a favor de nuestra “casa común”, la tierra, por el desarrollo integral de todos, por el diálogo entre concepciones filosóficas, espirituales y religiosas.

Conocemos los esfuerzos de la Iglesia de Bélgica para trabajar en esta dirección

Usted denuncia con razón lo que llama lúcidamente una “tercera guerra mundial en pedazos”. En usted, Santo Padre, acogemos a un peregrino que lleva un mensaje universal de paz, reconciliación y justicia. Recuerde que la vocación de cada persona es ser amada y amar.

Esta concepción humanista y espiritual ha sido siempre la de las Universidades de Lovaina, cuyo sexto centenario celebramos y que le trae hasta nosotros. Sé lo felices que estarán los estudiantes y sus profesores de encontrarse con usted mañana y pasado mañana y confiarle sus preocupaciones. La movilización sobre los grandes desafíos que plantearán forma parte de los valores mismos de las Universidades de Lovaina.

Santísimo Padre, el pueblo belga es generoso y acogedor. Estas cualidades caracterizan también a nuestra muy activa sociedad civil, de la que muchos representantes están presentes aquí. Esta sociedad civil contribuye intensamente a la lucha contra la injusticia y la exclusión. ¿Cómo no evocar aquí la figura del padre Damián, que dio su vida por los más rechazados? Sigue siendo un ejemplo para todos nosotros. Santo Padre, deseamos que descubra la generosidad de los belgas durante su estancia.

¡Santísimo Padre, en nombre de este pueblo de gran corazón tengo el placer de darle la bienvenida!

Fuente: https://www.rcf.fr/