A las formas reconocidas de esclavitud como la trata de personas, el matrimonio forzado, la esclavitud sexual y el trabajo infantil, en el siglo XXI es preciso añadir el alquiler de los profesionales cubanos.
El envío de profesionales a diversos países en nombre de la solidaridad internacional es una cara de la medalla que le ha granjeado al Gobierno cubano diversos reconocimientos. La otra cara es la condición en que esos profesionales, entre los que destacan los trabajadores de la salud, se enrolan en dichas misiones.
Las denuncias públicas, deserciones, declaraciones de organismos internacionales y los miles de médicos que abandonan dichas misiones han conducido al debate acerca de si realmente marchan voluntarios o se trata de una manifestación de esclavitud moderna; debate que tomó fuerza a partir de la retirada de los médicos de Brasil en 2018.
Según Ivan I. Chupajin, los conceptos son una forma de pensamiento que refleja las peculiaridades íntimas y esenciales de los fenómenos de la realidad. Atendiendo al tema que nos ocupa, la esclavitud designa el sometimiento de una persona por otra a una obligación o trabajo. Este concepto tradicional remite a una situación jurídica en que una persona (el esclavo) es propiedad de otra (el amo), y por tanto, al carecer de libertad y derechos, queda reducida a una especie de objeto que puede ser comprado, vendido, donado, maltratado y/o castigado por el propietario. En tal circunstancia, el sometido queda desposeído de la libertad individual, una condición que es la esencia de los seres humanos.
En determinados momentos de la historia de la humanidad la esclavitud tradicional constituyó la base del sistema económico. Un ejemplo clásico es la Antigüedad grecorromana, y en la modernidad el sistema colonial español, y otros. En las colonias del Caribe, Haití y Cuba llegaron a ser las principales productoras y exportadoras de azúcar y café del mundo gracias al trabajo esclavo.
En la actualidad la esclavitud es considerada por el Derecho Internacional Penal como un delito de lesa humanidad. Sin perder la esencia del concepto tradicional, hoy la definición de esclavitud se aplica también a la condición de las personas o grupo de personas, aunque no sean propiedad de otro, que se ven obligadas a trabajar en condiciones inhumanas sin poder escapar, por culpa de amenazas, abuso de poder, manipulación u otras razones. Desde el punto de vista jurídico, el esclavo moderno no es propiedad del amo, lo cual permite disfrazar la esclavitud con la supuesta voluntariedad del sometido, obviando que en determinadas condiciones político-económicas (como ocurre en los sistemas totalitarios), las personas se ven obligadas, por lo cual la voluntariedad resulta ficticia.
La pregunta clave es: ¿existe una relación esencial entre la esclavitud tradicional y la esclavitud moderna? La respuesta obliga a partir de una premisa: los conceptos no son un reflejo fijo y permanente de la realidad, sino que están en permanente cambio para expresar la realidad cambiante.
Si todo se desarrolla —preguntaba la profesora Zaira Rodríguez Ugidos—, «¿no rige eso también para los conceptos y categorías más generales del pensamiento?» De no ser así, significa que el pensamiento no está vinculado con la realidad cambiante.
En ese sentido, el término de esclavitud moderna es reflejo de la evolución, a través de la historia, de la esclavitud tradicional y conserva la característica esencial de esta —la pérdida de libertad—, pues aunque una persona no sea propiedad de otra, determinadas condiciones sociales, económicas y políticas lo conminan a comportarse como esclavo.
En el caso actual de Cuba esas condiciones se originaron con la erradicación de la propiedad privada sobre los medios de producción, que dejó al cubano desamparado para actuar con autonomía. A esa imposición se unió el control estatal sobre la enseñanza, los medios de comunicación, la cultura, y la desaparición de las libertades ciudadanas. Además, la «enseñanza gratuita» convirtió a los educandos en un medio básico del Estado. Lo cual facilita su empleo, de manera similar a los médicos, en misiones determinadas por el Partido-Estado-Gobierno. Primero para fines políticos y después para paliar la incapacidad productiva del totalitarismo implantado, que arruinó la economía y condicionó la insuficiencia de salarios y pensiones para mantener una vida decorosa.
Esto a su vez, condujo a la corrupción generalizada, al éxodo masivo y la participación «voluntaria» en misiones concertadas y controladas por el Estado, entre otros fenómenos que han traído por consecuencia la precaria sobrevivencia en que apenas subsiste la población cubana. Una población sumergida en apagones interminables, hambre, insalubridad, epidemias, escasez de agua potable, carencia de medicamentos, violencia, represión policial, y un largo etcétera. Sin contar la ausencia total de libertades: de reunión, asociación, expresión. En suma, una población esclava que hoy sucumbe ante un régimen genocida cuya permanencia amenaza con la desintegración de la nación.
Los trabajadores sanitarios son un ejemplo más de ese cuadro apocalíptico. La insuficiencia de sus salarios condiciona en ellos su disposición a marchar a otros sitios para adquirir medios esenciales como utensilios del hogar, reparar la vivienda o satisfacer necesidades básicas de ellos y de sus familias.
Lo anterior explica que entre 1961 y 2013 —antes de inaugurarse el programa Más Médicos de Brasil— 836.142 civiles cubanos trabajaran en 167 países, según informó en 2012 Dagmar González Grau, directora general del Ministerio de Comercio Exterior y la Inversión Extranjera, ante la Comisión de Relaciones Internacionales de la Asamblea Nacional de Poder Popular, dato publicado por el periódico Trabajadores.
En 2014 las autoridades de la Isla preveían ingresar más de 8.200 millones de dólares por el trabajo de más de 50.000 médicos cubanos en otros países. Lo que representaba, según datos oficiales, el 64% del total de las ventas de servicios al exterior. Esa cifra convirtió a los galenos alquilados en la principal fuente de ingresos del Gobierno.
Por lo anterior, a las formas reconocidas de esclavitud como la trata de personas, el matrimonio forzado, la esclavitud sexual y el trabajo infantil, en el siglo XXI es preciso añadir el alquiler de los profesionales cubanos.
La Convención sobre la Esclavitud —tratado internacional propuesto por la Sociedad de Naciones en septiembre de 1926— declaró ilegal la esclavitud. La Organización de las Naciones Unidas, sucesora de la Sociedad de Naciones, asumió ese compromiso; mientras la Convención Suplementaria de 1956 sobre la abolición de la esclavitud, la trata de esclavos y las instituciones y prácticas análogas a la esclavitud, extendió la prohibición y persecución acordadas en 1926, a conductas análogas o asimilables a la esclavitud, entre las cuales califica indudablemente el alquiler de los médicos cubanos.