Editorial: Ante flaquezas humanas, la ciudadanía unida se refuerza

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Isabel Recavarren
Directora Ejecutiva

Hemos tenido conocimiento de lo sucedido en París, en el aeropuerto Charles de Gaulle, a 18 ciudadanos peruanos que viajaban a Italia para asistir al matrimonio de un familiar.
Fueron humillados en el control de pasaportes por la Police aux Frontières (PAF): retenidos sin explicación clara y bajo sospechas nunca formalizadas.

Los testimonios coinciden: los agentes se negaron a comunicarse en castellano, confiscaron documentos y teléfonos, e hicieron firmar papeles redactados únicamente en francés, sin traducción ni asistencia legal. Algunos fueron incluso esposados, a pesar de no existir acusación penal ni indicio de delito. Las fotos de las muñecas marcadas de hombres y mujeres de diferentes edades lo prueban.

El trato incluyó burlas hacia sus pertenencias religiosas, sumando un componente de humillación cultural. La audiencia administrativa estaba prevista para el 23 de agosto; sin embargo, los peruanos fueron obligados a regresar a Lima el día 21, sin posibilidad de ejercer su derecho de defensa. El grupo perdió su conexión a Italia, vio frustrado su viaje y volvió con una sensación de indefensión y agravio.

Se comunicaron con el Consulado y con la Embajada. El embajador no se hizo presente. A mi entender, debió acudir personalmente, con su escolta militar si era necesario, para defender a sus compatriotas. No fue así. Dicen que hubo una llamada, pero los aduaneros se negaron incluso a responder.

Quien ha pasado por ese aeropuerto lo sabe: de la Francia del imaginario colectivo queda poco. En los controles, gran parte del personal es de origen magrebí y africano. Allí han creado un bastión de poder ejercido con altanería y, muchas veces, con arbitrariedad.

Yo misma lo viví: en un control aduanero me di cuenta de que había dejado mi reloj en la cinta. Regresé enseguida. Nada. Nadie había visto nada. Todos, en coro, negaron incluso que yo hubiera pasado por allí. Los funcionarios con los que traté me cerraron el diálogo con arrogancia, aunque mostraba mi pasaporte italiano. Perdí mi reloj. Mis quejas fueron inútiles. Y entendí que no era la primera ni sería la última en vivir ese guion aprendido.

En el caso de los 18 peruanos retenidos durante dos días, lo más grave no es solo la arbitrariedad de esos funcionarios, sino la inacción de la Embajada del Perú en Francia, reflejo de lo que ocurre en varias sedes diplomáticas en Europa: diplomáticos llenos de complejos, con dificultades para hablar, comunicar y defender.

A esto se suma la fuerza ideológica islámica, que no fomenta el razonamiento individual sino la obediencia ciega a la guía del imán. Esa obediencia les da cohesión interna y ambiciones de influencia. En Italia, los magrebíes y africanos controlan accesos de trenes; en Francia, en cambio, ya ejercen autoridad en las fronteras. Con arbitrariedad. Con ambiciones.

Por otro lado, vemos el declive político de Macron: acusa a Italia, acusa a Estados Unidos, y busca afirmarse en la guerra. Ayer, en el Consejo Europeo convocado en Dinamarca, la fractura europea quedó en evidencia. Macron intentó erigirse en caudillo militar europeo, pero no logró consenso: Meloni se negó a enviar tropas, el Reino Unido estuvo ausente —porque ya no forma parte de la UE, aunque clame desde afuera contra Rusia— y el resultado fue un fracaso.

Hoy, lunes 1 de septiembre, el primer ministro francés François Bayrou acusó a Italia de practicar “dumping fiscal”. Palazzo Chigi respondió de inmediato: calificó esas declaraciones de “infundadas” y reafirmó que Italia respeta plenamente las normas de la Unión. El episodio confirma el deterioro de la relación franco-italiana y muestra el aislamiento de una Francia que intenta tapar su debilidad interna con un discurso belicista y con acusaciones contra sus propios socios europeos.

Una cosa es el robo de un reloj, como me sucedió a mí; otra, muy distinta, es abusar impunemente de 18 personas, esposarlas, burlarse de su fe y devolverlas como si fueran delincuentes. Eso revela algo más grave: la existencia de una fuerza que aprovecha las debilidades humanas y políticas de Francia. Una fuerza que no siente amor ni respeto por el país en el que opera, sino que lo utiliza para sus propios objetivos. Ante las flaquezas de Macron y de su gobierno, esos bastiones encuentran campo libre para imponerse.

Ante una situación como la que vive Macron, debilitado por protestas sociales, tensiones políticas y fracasos diplomáticos, siempre aparecen fuerzas que buscan sacar ventaja. Así como en las fronteras de Francia ciertos grupos se afirman sobre las debilidades humanas y la falta de control institucional, en la política internacional Macron intenta afirmarse con un discurso de guerra que no logra ocultar su fragilidad interna. Es el mismo patrón: allí donde el poder flaquea, otros llenan el vacío.

Esperemos que el Perú se haga valer. Que nos haga valer. Si nuestros embajadores no pueden defender a los peruanos en el extranjero, más vale que trabajen en Lima, donde sin duda estarán mejor… porque en Europa, mientras tanto, los ciudadanos nos quedamos solos.