Señor Ministro de Relaciones Exteriores [de Uruguay, Francisco Bustillo], querido amigo, autoridades de Uruguay, señoras y señores, representantes de las Cámaras Empresariales, Embajadores, como se dice en Europa, habiendo respetado todos los protocolos.
Créanme que es un gran placer estar aquí en Uruguay y acompañar a este foro de inversión de la Unión Europea.
Agradezco esta oportunidad, Ministro, para compartir con ustedes, para hablar de inversiones, claro, pero no sólo de inversiones. Creo que es bueno que en estos tiempos agitados y turbulentos utilicemos esta ocasión para hablar [de] algo más de la inversión directa que cada uno de ustedes puede hacer, sino sobre la relación también entre la Unión Europea y Mercosur en el marco de lo que significa para Uruguay la inversión de Europa en este país que arroja unas cifras realmente espectaculares de crecimiento.
Como les decía, vivimos tiempos turbulentos.
Mi primera cosa al llegar aquí, a Montevideo, ha sido llamar a Ucrania. Vivimos tiempos difíciles en los que el orden internacional y la democracia se ven amenazados por esta guerra – la guerra de invasión -, por la crisis del multilateralismo. En [este] momento la construcción de alianzas estratégicas es más importante que nunca. [Es] más importante que nunca porque ningún país sólo puede hacer frente a los retos globales y porque las uniones regionales tienen que subsistir más allá de las divergencias ideológicas entre sus miembros.
En este sentido, quizá podamos decir – con razón – que una de las grandes ventajas de la Unión Europea es que aglutina a países dentro de una Unión que ha demostrado capacidad de adaptarse a los tiempos y de superar las diferencias ideológicas entre ellos.
Aquí en América Latina, para un español, no hace falta insistir en cuán profundos son nuestros lazos históricos, culturales – empezando por los lingüísticos –, pero también generacionales, personales con todos los países europeos y latinoamericanos y, muy en particular, con Uruguay. Todo eso es cierto pero eso nos remite al pasado. Las relaciones, para que perduren, no sólo tienen que tener raíces en el pasado sino que tienen que ser capaces de superar las crisis y los contratiempos del presente y concebir juntos confianzas y planes para el futuro. Todos recordamos aquellos amigos de la Universidad – o del servicio militar, para los que lo hicimos – que como no los hemos tratado no son más que un recuerdo vago. No se trata de tener recuerdos sino de tener perspectivas de futuro.
Estas perspectivas de futuro, en Europa y también, quizás menos pero también, en América Latina, se ven impactadas por las ondas de choque que expande esta guerra. Ondas de choque que afectan a las cadenas de suministro que alteran al alza los precios, que hacen escasear los fertilizantes – sé que es un problema [en] Uruguay –, que aumentan los precios de la energía y los alimentos, y que disminuyen el turismo – también Uruguay ha sufrido las consecuencias de eso. Son consecuencias indirectas de la guerra: aumentan las presiones inflacionistas y eso hace que aumenten también las demandas sociales y eso a su vez genera un efecto negativo sobre el equilibrio de las cuentas públicas.
Acabamos de salir de la pandemia y ahora, con esta invasión Rusia en Ucrania, ha hecho que los europeos demostremos – tengamos que demostrar – una capacidad de estar más unidos para hacer frente a estas dificultades. Esa unidad nos ha permitido hacer frente a algunos cambios estructurales, a nuestras dependencias. El comercio genera dependencia, y las dependencias se consideraban que eran positivas porque impedían el conflicto. Pero las dependencias excesivas se convierten también en un arma que se puede utilizar en tu contra.
Ahora todo el mundo habla de la «weaponisation of interpendencies”: el convertir la interdependencia en un arma. Nosotros lo experimentamos con la pandemia cuando de repente descubrimos que en toda Europa no se fabricaba un solo gramo de paracetamol, cosa que parecía no ser un problema hasta que de repente los fabricantes de paracetamol dijeron que ellos tenían necesidades más urgentes que no vendérnoslo. Ahora lo hemos constatado con la dependencia del gas ruso. Antes de la guerra, el 40% de nuestras importaciones de gas venían de Rusia. Ahora lo [las] hemos reducido al 10%. Es mucho, no todavía todo lo necesario, pero es una gran transformación que nos va a liberar, por otra parte, de una restricción política en nuestras relaciones con Rusia, fuertemente condicionadas por esta dependencia energética.
Sí, todos queremos evitar las interdependencias cuando estas son excesivas. Todos queremos ser autónomos. Pero la autonomía requiere también cooperación, requiere socios confiables que permitan llegar a acuerdos para poder invertir, para compartir experiencias – en el tecnológico –, para regular nuevos mercados, para investigar y avanzar, para conectar infraestructuras, para hacerlas seguras, para diversificar las cadenas globales de valor, para hacerlas más resilientes y comprometidas con estándares sociales y medioambientales avanzados.
Eso es lo que tenemos que conseguir: avanzar hacia ese mundo diferente, incierto, peligroso, que difícilmente podíamos imaginar hace pocos años.
Ahora todos, empresarios y gobiernos, [nos] enfrentamos a decisiones críticas, algunas de las cuales tendrán enormes consecuencias globales. Muchos capitales dejarán de tener valor. Muchos recursos naturales que hoy son extremadamente valiosos perderán importancia. Otros recursos naturales que hoy no se valoran, que hasta hace poco ni siquiera contaban en la existencia y en la preocupación de los inversores, se apreciarán – ya lo están haciendo – mucho. Tendremos que adaptarnos a un nuevo contexto. Tendremos que romper viejos paradigmas, alumbrar otros nuevos. Eso es mejor hacerlo juntos.
Por eso, es importante que celebremos este foro aquí en Uruguay porque Uruguay es hoy un sinónimo de confianza, de ejemplo de la práctica del Estado de derecho. Es hoy una democracia estable, líder en la región en un momento en el que vivimos, desgraciadamente, un retroceso mundial en la democracia. Uruguay no es solo un país que comparte, como solemos decir, nuestros valores – porque los europeos no somos los depositarios de estos valores. Es también un país que contribuye a crearlos y que los defiende en la práctica, demostrando una estabilidad política y una capacidad de alternancia en el poder realmente encomiable.
Uruguay, junto a otros países de América Latina, ha sido pionero en la creación de los principios en los que hoy se basa el orden internacional. Por eso, nuestra amistad es sincera y fértil, pero no de una forma abstracta. Estamos en un foro de inversión y quisiera ser – y ustedes lo esperan también – claro. La estabilidad democrática, la seguridad jurídica y la cohesión social se traducen en bienestar y en calidad de vida, se traducen en renta per cápita contante y sonante. Los capitales buscan seguridad. El riesgo político cotiza muy caro para las inversiones de calidad. Estas consideraciones tienen tanto o más peso que las tasas impositivas o los costes laborales y ambientales bajos. Por eso, gracias de este buen hacer, Uruguay es hoy un país cuya renta media ha crecido para superar a la de otros países del mundo y de la región.
A veces escucho que Europa no presta suficiente atención a América Latina – o a Uruguay, en particular – y que deberíamos hacer más, tenerla más presente en nuestras prioridades políticas. Es cierto, desde hace tres años ya, desde Bruselas repito todos los días a mis colegas europeos que América Latina es una parte del mundo que merece – más que necesitar, merece – mayor atención. Pero, ¿quién es hoy el principal inversor en Uruguay? ¿Quién compromete sus capitales financieros y tecnológicos en Uruguay, más que nadie? La Unión Europea, sus estados miembros.
Según el Banco de Uruguay, la inversión europea en Uruguay representa hoy el 40% de todo el “stock” acumulado de inversión extranjera. Si miramos Eurostat, todavía más: según las estadísticas de Eurostat, la inversión europea en Uruguay sigue un aumento rápido que le ha hecho multiplicarse por tres entre el 2018 y el 2020, pasando solo en tres años de 11.000 millones de euros a 28.000 millones de euros. Si vamos por sectores y vemos al sector financiero, veremos que allí hay dos grandes bancos europeos. Si miramos las plantas de celulosa, la mayor parte de las inversiones son europeas. Si vemos en logística y en transportes – en el puerto de Montevideo, que hoy visitaré –, nos encontramos también con un papel determinante de las empresas europeas. Hay más de 600 empresas europeas en Uruguay. Cada sector de la economía tiene un fuerte componente europeo que ayuda al desarrollo y a la creación de empleo.
La Unión Europea está firmemente decidida y comprometida en desarrollar esta alianza con Uruguay, y en general con América Latina y el Caribe, en torno a los tres grandes desafíos que van a conformar el mundo de mañana. Ya [los] saben, pero permítanme repetirlos: la revolución digital, y pobre de aquel que se quede atrás en la capacidad de vivir, pensar y trabajar en digital; el cambio climático, y pobres de nosotros si no somos capaces de corregirlo y hacerle frente; y la cohesión social, y pobres de nosotros si el progreso económico no viene acompañado de una estabilidad que impida las grandes transformaciones bruscas que a veces la historia no es capaz de evitar.
Por eso hemos lanzado esta idea del Global Gateway, que es una manera de hacer que los estados miembros y las instituciones europeas juntan [junten] su músculo también con las instituciones financieras – como el Banco Europeo de Inversiones, que es mayor que el Banco Mundial por su capacidad de préstamo – para invertir en interconexiones sostenibles y confiables en beneficio de las personas y del planeta. Queremos fomentar la inversión del sector privado utilizando nuestros bancos, nuestras agencias de cooperación a través de cofinanciaciones de garantías y de asistencia técnica.
Quiero saludar, por ejemplo, iniciativas como las que ha tomado Uruguay, que acaba de adoptar un nuevo marco de referencia para potenciales emisiones de bonos indexados e indicadores de cambio climático. Creo que es una novedad que hay que señalar, no solo por lo que representa en sí, sino por la amplia y favorable acogida que ha tenido en los inversores. Fíjense: estableciendo objetivos de mitigación de cambio climático y de conservación de la naturaleza, Uruguay está alineando su propia estrategia de crecimiento y de inversión con sus esfuerzos de sostenibilidad. Quiero señalar esta iniciativa que espero que otros sigan.
Uruguay es un país pionero en la descarbonificación, con una economía que tiene ya electricidad [en un] 97% originada por fuentes renovables. Es un ejemplo a seguir que tendrá que extenderse a las otras fuentes de energía, no solamente las que producen electricidad. Lo digo con envidia porque en Europa, que tanto predicamos, estamos en el 37%. En pocos años, Uruguay ha pasado de ser un país con problemas de suministro a uno con exceso de energía. Eso le hace más autónomo y le permite exportar a sus vecinos. Me satisface que los europeos hayamos contribuido a hacer posible esa transformación: en parques eólicos y fotovoltaicos, en generadores de biomasa hemos aportado tecnologías puntas que han mejorado la eficacia energética. Muchos de estos socios que han acompañado a Uruguay en esta transformación están aquí: Air Liquide, Montes del Plata, Enertrag, Montelecnor – entre otros.
Por lo tanto, creo que podemos mirar al futuro con la satisfacción de haber acumulado activos en el presente y abordar la siguiente etapa de esta transformación – que es la economía del hidrógeno – para seguir diversificando orígenes energéticos y exportaciones, para hacer más sostenible la matriz energética y productiva. También aquí, los europeos nos proponemos objetivos ambiciosos: queremos desarrollar el hidrógeno verde con el objetivo de tener 10 millones de toneladas producidas y otras 10 millones importadas para el 2030.
Pero no solo eso, hemos de hablar también de cohesión social.
Para ser eficaces y sostenibles, las inversiones y el crecimiento económico que producen deben ir acompañadas de cohesión social y reducción de las desigualdades. Cada vez más, la desigualdad es una lacra para nuestras democracias. En todas partes del mundo, la desigualdad deslegitima la democracia, abre puertas a fuerzas iliberales o populistas que ofrece falsas soluciones. Cada vez más, el crecimiento económico por sí solo está demostrado que no contribuye a hacer sociedades más sólidas – es una condición necesaria pero no suficiente – si el beneficio no llega a todos los sectores de la población. Por ejemplo, 1 de cada 3 latinoamericanos no tiene acceso a internet. 250 millones de personas no tienen acceso a los servicios que hoy en día son vitales para poder hacer cualquier actividad.
Eso es un lastre para el desarrollo. La acción pública tiene que intervenir para corregirlo. Estos instrumentos de la acción pública se llaman reglas y fiscales, regulación y fiscalidad. América Latina es una de las zonas más desiguales del mundo y con los ingresos fiscales más bajos del mundo: 22% en promedio frente a 33% en el área de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). En cambio, Uruguay – y no debe ser casualidad – es menos desigual y tiene más capacidad fiscal, y, por lo tanto, mejores infraestructuras y mejores servicios públicos. Sin cohesión social, por mucha inversión que podamos reunir – tanto aquí como en América Latina –, los ciudadanos [darán la espalda] a los cambios necesarios. [El] cambio climático nos obliga a una transición, pero esa transición no tendrá lugar si no [la] hacemos de una forma justa en el interior de nuestras sociedades y a escala mundial.
Eso me lleva a hablar, como último, de algo que seguro que les preocupa e interesa, que es Mercosur. Ahora que Uruguay ejerce la presidencia pro tempore de Mercosur, es inevitable concluir con una referencia a este acuerdo – mejor dicho, a este “no acuerdo”.
Llevamos más de 20 años esperándole. Cuando yo era presidente del Parlamento Europeo y viajaba ya por América Latina allá por el año 2006, me decían que estaba “a punto de conseguirse”. Sigue estando “a punto”. En junio del 2019, se alcanzó un acuerdo de principio sobre el pilar comercial. Yo era entonces ministro de exteriores de España y sé que mi país tuvo mucho que ver en ello. En julio del 2020, se acordaron los capítulos políticos y de cooperación. Desde entonces, la pelota está en nuestra cancha, está en el tejado europeo. Nos toca a nosotros presentar a los socios de Mercosur la propuesta de un instrumento adicional que especifique los aspectos relacionados con la protección medioambiental que nos preocupa. Hemos venido diciendo que eso nos preocupa pero no hemos plasmado de una manera concreta y precisa en qué consisten nuestras preocupaciones.
Una vez que han pasado determinadas elecciones y que nos estamos acercando a la gran Conferencia [de las Partes en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 27)] de Sharm el-Sheij, antes de fin de año, hemos de hacer. Hemos de presentar, previos los necesarios contactos y discusiones internas, un documento que debiera allanar el camino para el acuerdo definitivo y la ratificación. Yo estoy firmemente convencido que este acuerdo es un “win-win” para las dos regiones, que es de verdad un acuerdo estratégico. En Bruselas se abusa de la palabra “estrategia”: la usamos todos los días y tenemos estrategias para casi todo. Pero este sí que sería un acuerdo estratégico porque alteraría sustancialmente la apertura comercial al mundo de una región, que es una de las más cerradas del mundo, en su relación con otra, que es una de las más abiertas del mundo.
Seria el mayor acuerdo comercial que la Unión Europea haya hecho nunca en términos arancelarios, y seríamos también el primer socio en hacer un acuerdo con Mercosur. Esto proporcionaría oportunidades reales para las empresas de ambos lados. Sin duda, crearía empleos de más calidad y beneficiaría a más de 700 millones de personas.
Uruguay, por ejemplo, pasaría de comerciar de acuerdo con las normas estándares de la Organización Mundial del Comercio (OMC) a lograr un acuerdo preferencial para más del 90% de su oferta comercial a la Unión Europea. El 90% de sus exportaciones estarían bajo un sistema preferencial en vez de estar [sometidas] a las normas estándares de la OMC. Yo sé que las pequeñas y medianas empresas de Uruguay ya se preparan para este futuro gracias a un proyecto europeo [del cual] este foro es coorganizador. Cito las pequeñas y medianas empresas porque estas, más que otros actores, necesitan menos aranceles y menos barreras no arancelarias. Necesitan reglas de juego claras. Necesitan colaboración más cercana con las empresas europeas que, gracias a esos grupos de inversión a los que antes me he referido, se van a seguir instalando aquí.
Pero no es solo comercio. Yo ambiciono a un acuerdo con Mercosur que sea profundamente político, que selle una alianza estratégica entre ambas regiones, que nos permita profundizar en el diálogo y la cooperación en ámbitos que no son comerciales, pero que son prioritarios. He citado la protección del medio ambiente, la transición ecológica, pero también las nuevas regulaciones que pide el mundo digital. Si no somos capaces de crearlas, iremos a un mundo con distintos internets que no estarán interconectados entre sí o que estarán bajo el control político de determinados sectores o países. Eso, sin duda, va a dificultar enormemente la conectividad mundial.
Son los temas de los que me he permitido esbozar algunas ideas. De manera que termino como empecé, agradeciendo su hospitalidad, animando y aplaudiendo a este foro, animando a los inversores europeos a seguir estrechando lazos entre la Unión Europea y Uruguay. Porque nuestra amistad funciona, Ministro, porque sí, tenemos memoria que es la base sobre la que se construye la confianza, pero sobre todo tenemos y queremos tener planes compartidos para un futuro común.
Muchas gracias.