Todos con México, y la libertad, y México con todos, y la justicia. La hora de la resistencia creativa ante las amenazas del Norte. Por Antonio Colomer Viadel

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Se dice que desde fuera del planeta Tierra el único monumento que puede observarse en su superficie es la Gran Muralla China. Al parecer, el mandarín Trump quiere emular tal hazaña con un esfuerzo ciclópeo aunque se quede en poco menos de la tercera parte con esos 2000 kilómetros del muro de costa a costa, entre Estados Unidos y México. Los mexicanos serían los mongoles del siglo XXI y la muralla, eso sí, más alta que aquella que alzó el viejo Imperio. Otra de las perversidades del poder autocrático consiste en las deportaciones masivas de pueblos enteros, y sin remontarnos a schermata-2016-12-20-alle-21-35-41tiempos más antiguos podríamos recordar el traslado forzoso que Stalin decidió para tártaros, armenios, ucranianos y otros pueblos sobre los que fijó su paranoica desconfianza. También el madarín Trump, piensa emularlo decidido a expulsar a 11 millones de mexicanos que viven y trabajan en Estados Unidos y de forma urgente a 3 millones de ellos a los que ya califica de delincuentes declarados e incluso confesos. Además, esa gran muralla a lo largo del rio Grande, sería financiada, para mayor escarnio, con la confiscación de las remesas que los trabajadores mexicanos en USA envían a sus familias. A la barbarie se une el escarnio del latrocinio del fruto del trabajo de estas gentes que desempeñan, en general, los puestos más humildes de la pirámide laboral en los Estados Unidos. Hay también en tal desatino una exaltación de la ignorancia, no sólo de la barbarie. Habría que conocer la historia para definir realmente qué país es el acreedor y cuál el deudor. En 1819, por el Tratado Adams-Onís, con el México independiente, considerado heredero de los dominios españoles, los Estados Unidos habían renunciado para siempre a todas las reclamaciones del antiguo territorio español, cuyo dominio jurídico y político se le reconocía a ese México, sucesor del viejo virreinato de la Nueva España. México tampoco reconoció la independencia de la República de Texas, cuyo territorio había pertenecido a la Nueva España y cuando los Estados Unidos, en 1845, y por el presidente Tyler, amenazó con anexionarse esa república texana, México lo rechazó de plano por ilegítimo y por contrario al tratado de 1819. Ello desencadenó la guerra entre México y Estados Unidos de 1846-48, y la invasión del territorio mexicano por tropas norteamericanas hasta ocupar la capital de

Enrique Pena Nieto, on the left, Donald Tusk, in the middle, and Jean-Claude Juncker
Enrique Peña Nieto

México. En una villa próxima a esa capital que ahora es un barrio del DF, Guadalupe-Hidalgo, se firmó –e impuso bajo ocupación-el Tratado de ese nombre el 2 de febrero de 1848. De acuerdo con este tratado, México se vio obligado a ceder a los Estados Unidos California, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah, y partes de Colorado y Wyoming. A cambio, los EEUU dio a México ¡15 millones de dólares! Este territorio suponía algo más de un millón trescientos sesenta mil kilómetros cuadrados (1,36 millones). México perdió el 55% de su territorio, perdidas que aún fueron mayores, por ocupaciones ilegales, compras fraudulentas o mediante la corrupción. Cuando el Tratado fue ratificado por el Senado Norteamericano, se eliminó el título X por el cual el gobierno de EEUU garantizaba todas las concesiones de tierras otorgadas por Estados Unidos a ciudadanos de España y México, por sus gobiernos. Entonces, ¿Quién debe a quién? Si se confirmasen tales amenazas tendrían que darse dos grandes reacciones, una, internacional, de apoyo a México, y otra, interna, de unidad de salvación nacional y regeneración profunda de la sociedad mexicana. Por la primera, habría que cambiar radicalmente de estrategias y México abrirse a varias líneas alternativas de alianzas y cooperación: Una de ellas la del Pacífico, que al parecer el Mandarín quiere abandonar, otra la de un tratado preferencial con la Unión Europea, después de que el Mandarín también quiera abandonar ese acuerdo con la UE y en tercer lugar un giro de México hacia el resto de América Latina, integrándose activamente en las organizaciones regionales de unidad latinoamericana, en donde puede desempeñar un papel tan destacado como Brasil por su población y territorio. Por otra parte, todas las gentes de buena voluntad tendrían que alzarse en solidaridad con este país, víctima de tantos atropellos históricos y ahora expoliados hasta en el esfuerzo del trabajo de sus millones de emigrantes en el “paraíso” yankie. Ahora bien, esta estrategia solo tendría sentido y éxito si convergiera simultáneamente con un imprescindible gran acuerdo nacional en México de todas sus fuerzas políticas para regenerar desde sus cimientos la realidad mexicana. Con una lucha despiadada contra la corrupción y el crimen y sus aliados infiltrados en distintas instancias del poder. La triple I de la justicia debe predominar: independencia, imparcialidad e intransigencia con el crimen. Del mismo modo que la libertad y la justicia son indisociables, solo la convergencia de estas dos líneas estratégicas salvarán a México, y harán reaccionar a los verdaderos demócratas de todo el mundo, incluidos los norteamericanos, que no pueden avalar tal injusticia a un pueblo perseguido y expoliado, desde dentro y desde fuera.