Europa y Estados Unidos: Escenarios disruptivos.

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Sinfonía, armonía, acordes. Todos ellos comulgan en la unidad. La majestuosidad de una orquesta no se encuentra en la singularidad de cada instrumento. Por el contrario, el despliegue magnífico de la unicidad abre paso al mundo invisible de aquello tan sensible como la vida almática.

La atención queda centrada en la obra completa. Sólo la desarmonía provoca el cambio de atención hacia aquél instrumento que irrumpe con la unidad.

Hoy los grandes actores mundiales han dislocado el esquema de orden geopolítico vigente a partir de la sumatoria de decisiones unilaterales que están tomando.

Europa clama por unidad aunque el universo de declamaciones pone en vilo la esencia de su constitución. Estados Unidos por su parte sigue sembrando discordias.

El viejo continente aún no logra sortear los coletazos del Brexit que, sin duda, constituye la máxima expresión del desborde anti-integracionista que viene observándose desde hace tiempo. La crisis migratoria ha expuesto a cada gobierno llevándolo a confrontar con sus propios habitantes al tener que decidir entre proporcionar una respuesta eficiente a sus inputs políticos o dar paso a las demandas geográficamente situadas en países vecinos.

Los atentados terroristas en sí constituyen un acápite aparte. Aún la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), uno de los tres pilares fundamentales instaurados por el Tratado de la Unión Europea en 1993, se basa principalmente en procedimientos intergubernamentales en los cuales las decisiones se toman por consenso de los Estados miembros. A diferencia de ello, el pilar comunitario permite pensar en políticas comunes.

El modelo institucional de la Unión Europea (UE) si bien resulta loable, en muchos aspectos aún adolece de porosidades internas. Una de ellas es la identidad comunitaria. Un claro ejemplo dejó entreverse durante la Cumbre Europea celebrada en Malta el pasado 3 de febrero.

“Nuestra relación con Trump no tiene futuro si los europeos no actuamos unidos. Somos socios. Debería haber cierto respeto. No construimos Europa para dividirnos ni estar contra Estados Unidos”.

A pesar de las declaraciones del Presidente de la República de Francia, François Hollande, la salida de Gran Bretaña del bloque y los resultados del referéndum italiano que desembocaron en la dimisión del Primer Ministro Matteo Renzi, muestran una UE resquebrajada.

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Sumado a ello, en medio de las desconcertantes medidas de Trump, Theresa May impulsa un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos para hacerse de los beneficios económicos que brillarán por su ausencia en 2019 tras la salida de Gran Bretaña del bloque conforme al artículo 50 del Tratado de Lisboa. Por su parte, Merkel lanza la “Europa de dos velocidades”. La Canciller alemana aclaró: “No todos participarán a la vez en todos los pasos hacia la integración”.

La UE apela a la solidaridad política para franquear el muro de poder simbólico que levantó Donald Trump. El germen que prolifera en el coloso europeo es aún más potente.

Émile Durkheim (1858-1917) analiza la relación entre el individuo y la sociedad. El tipo de solidaridad explica la forma en que los individuos se asocian entre sí. La solidaridad puede ser mecánica u orgánica. La mecánica se vincula con las formas más primitivas que operan en las comunidades donde existe escasa diferenciación entre los individuos ya que se construye a partir de semejanzas. La posibilidad de conflicto es mínima. En tanto, la solidaridad orgánica -propia del industrialismo- es más compleja. Supone la diferenciación entre los individuos y como consecuencia la recurrencia de conflictos entre ellos que sólo pueden superarse a través de alguna autoridad exterior que fije los límites. Es la conciencia colectiva la autoridad externa de tipo moral, social y normativa que se presenta no como la sumatoria de las conciencias individuales, sino como algo exterior a cada individuo resumiendo el conjunto de creencias y sentimientos comunes al término medio de una sociedad. Esta conciencia modela al individuo evitando el caos y conllevando al orden.

El “estilo Trump” abrió un estado de anomia asociado a la individuación creciente erosionando el modus operandi esperado para un proceso de integración que viene desarrollándose hace años. Ese mundo de construcción global ya no es tal. No existe. El dilema está entre conciliar el mantenimiento del orden global y la satisfacción de intereses individuales que hoy se presentan como irrupciones de oleadas nacionalistas y levantamiento de muros proteccionistas.

¿Cuál es el grado de conflicto al que se espera arribar? En ocasiones una crisis puede despertar a otra generación que sea capaz de trazar un marco comunitario, social y moralmente adecuado al nuevo individualismo. La unidad de espíritu afianza la paz (Efesios 4:3) y trae de por sí aparejado el bien común. Un bien que hoy escasea por doquier.